Juanita C y el sexo

By Juan re-crivello     imagen: bolsa negra blogs

Una relación difícil, ella mayor, con un cierto aire marimandón,  el, tartamudo y más joven. Juanita C apareció un día, casi al caer la tarde en aquella comarca y se conocieron ambos a los  pocos días.

Víctor Ramos, vivía en la granja de sus padres y ella quedo enseguida instalada en aquella propiedad, luego llegaría su hermano pequeño –o su hijo extraviado y adverso a tanta sin razón. En el valle hablaban de amores y sucesos extraños, aunque durante las próximas jornadas Víctor paso a ser la comidilla del alma del pueblo. Podríamos agregar a esta experiencia la lógica suma de años hasta que todo se fue normalizando. Víctor era un tipo simpático con una pronunciación desigual, una cierta barriga y un andar precipitado, como una bailarina que arremete en falso y poco a poco encuentra el ritmo. Pero dicen que los volcanes están guardados y quietos hasta aparecer una grieta, la cual digamos desinfla aquella natural moratoria que muestra la fuerza de la naturaleza, o la esquiva area emocional de estos cruces sentimentales.

Dos años más y sus padres murieron. Aquella granja soportaría el nuevo grupo familiar que gestiono, algunos cerdos, un campo alargado y débil, donde la alfalfa se combinaba con la huerta. Y, a lo sumo un gallinero grande que alimentaba la zona. En el interior de la casa cada tanto una llamarada invadía con una exclamación sonora y repetida –día si día no. Él sexo lo practicaban los primeros años a lo clásico, tu ponte aquí, yo me atrevo por allí, pero el juego de Juanita C fue siendo cada vez inoportuno y temprano, o alegre y tierno, o ruidoso y lleno de visitas al campo, a horas extrañas bajo la lluvia o el sol. Otras veces le solicitaban en el gallinero, o detrás de una tapia, o inclusive probaron en la parte alta del molino de viento, allí arriba donde es difícil aguantar la brisa que se suma al vértigo de la altura, o de las palas que atraen desde el fondo de la tierra agua para mantener los animales. Allí precisamente comenzó el drama. Cada vez que subían hasta aquel espacio, transportaban un colchón pesado y duro. Le izaban con una cuerda y le metían en un estrecho cubículo que estaba en la base a escasos centímetros de las aspas. Los gritos desde aquel espacio se sentían menos, aunque la perspectiva de la zona fuera de noche o de día, era espectacular; si nos imaginamos, dos diminutas cuerpos cabalgar al borde del abismo. Hasta que decidieron dejar el colchón estable. Fue en esa época cuando a Juanita C se le ocurrió ir de noche, o con lluvia, o en la siesta donde el calor de la comarca derrite los bichos y anuncia el fin de tanta miseria. En tantos años, digamos unos cinco y pico, aquello no disminuyo, como si le comparamos  con el salitre que  riega nuestros  deseos. Para Víctor lo que comenzó como el cielo abierto, luego fue aumentando su desdicha, que desde la muerte de sus padres paso a representar una vida arriesgada. Las citas del molino efímeras al comienzo, sutiles y románticas si era de noche, le trasvalsaron, al convertirse en intolerantes y amargas. Nació en su interior una resistencia, luego una trama de odio. ¿Debía dejar de servir a tanta locura? Una noche, subieron allí. Llovía suave, les rodeaba una oscuridad retorcida y aun no hacia frio. Él se recostó y ella monto sobre su pecho, se agarró de sus nalgas y gimió. El viento puso el molino en movimiento, un ruido metálico se mezclaba con ese alarido peculiar que daban juntos al aumentar su particular orgasmo. Esta vez, una de las aspas le partió a Juanita C. en dos. Víctor Ramos sorprendido se quedó como paralizado, el golpe seco y duro había pasado a centímetros de su barriga, ella diezmada, le miraba sin vida. Víctor pensó:

#Se ha acabado tanto ardor –y gritó en voz alta “darán las dos y la sangre llegara al suelo, ¡si me hubiera dicho que amar era esto, tal vez no hubiera comido sopa ni bebido jarabe contra la tos!”#

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