Amigos, comparto esta interpretación, de Azorín y mía sobre un cuento corto de un 19 de noviembre. Existe una tercera a cargo de Valle Inclán. Todas comienzan por: “Al pasar por una calle, he visto a un hombre que llevaba a cuestas un ataúd blanco”
Al pasar por una calle, he visto a un hombre que llevaba a cuestas un ataúd blanco listado de oro. He sentido la sugestión irresistible, avasalladora, de seguirle. Le he seguido, emocionado, ansioso, tembloroso, atraído por la fuerza poderosa del misterio y de la muerte. Hemos recorrido callejones, cruzado recodos y encrucijadas, atravezado plazas, desfilado por angostos y lóbregos cobertizos… El macabro paseo se prolonga; la angustia crece en mí, quiero marcharme y no puedo: los reflejos de los dorados, el cabrilleo de los galones del ataúd al pasra por bajo de los faroles, me fascina. Sigo y sigo al fúnebre portador de la caja. Un momento me quedo atrás y a lo lejos, en la negrura hórrida de una angosta calleja, percibo tambaleante, próxima a perderse, la mancha blanquecina que me llama.
Por la calle de Santo Tomé entramos en la del Ángel y bajamos por la rápida pendiente. En una plazoleta, en el portal de una casa, el hombre se detiene. La caja gime roncamente al ser dejada en tierra. El hombre llama. Una mujer se asoma a una ventana. “¿Es aquí donde han encomendado una cajita para una niña?”, pregunta el hombre…
No, no es allí; la peregrinación comienza de nuevo. Dos viejas hablan en un portal: “Es la mayor –dice una, al ver el ataúd-; la de la casa de los escalones. ¡Qué bonita era! Estaba para casarse.”
Llegamos. Vuelve a gemir roncamente la cajita. Llama el hombre y pregunta; le abren; entra, torna a cerrarse la puerta…
Angustiado, anhelante, divago a través de la vetusta ciudad silenciosa, inhabilitada, muerta…
Nota: Extraído de narrativa breve del siglo XX. Edit Hermes. Diario de un Enfermo. Azorín. Año 1898 pág. 80