Arándanos y maltrato

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¿Dónde escondemos los humores de la clase media? Pase, le invito -j. re-

by j re crivello

Despreocupados y leves son los eructos de mi vecino. Se apoya en un dialogo imaginario dentro de su casa y suelta aquello. Le oigo de lejos, casi descubro o intuyo que en su manantial de primavera, esta angustiado por algo. El otro día le vi venir de frente. Cojeaba. Algún dato que mostraba ese lenguaje no verbal que intercambiamos, me decía de su intenso sufrimiento. ¿Le habrían echado de su trabajo? O, ¿se llevaría mal con su mujer? O, ¿el mayor de sus hijos con quien discutía seguido al ser un adolescente refinado le impedía ser feliz? Intente pararle y hacer la pregunta clásica:
«Hola vecino, ¿va todo bien?». Pero su saludo franco y seco le alejo de mi solidaridad. «Así es la vida» –respondió-. Me marche pensando, mientras sumaba su patrimonio y su hermosa mujer, que por cierto fumaba en el patio con aquel frio de comienzos de primavera, sin más falda que una enagua delicada, que cambiaba según el día, del rosa al verde claro. Quise entrar en casa, pero mi llave se estropeo. No tuve más remedio que tocar la puerta del vecino. Las unifamiliares son de esta manera: contacto de envidia, mujeres u hombres deseados y eructos, o peleas con los niños rebeldes.
Me abrió ella. Estaba como siempre, de ropa de casa y enagua rosa estilo Levante. Le explique mi situación. Me dejaría pasar a regañadientes. Fui al patio y salte la tapia de flores y verdes de domingo. Al darme vuelta para saludarle, vi como ella estaba fría y tiesa. El transparente, daba a su encaje hasta un breve y sediento ímpetu. Me tire hacia mi casa. Es una pareja estupenda –pensé.

Al día siguiente una gabardina gris cubría a mi vecina. Salí fuera, viendo como le subían al furgón policial. Pregunte al de uniforme: “le mato ayer tarde” -contestó. No pude menos que conectar mi entrada en su casa del día anterior y el finado que estaría esperando en la planta alta. Quise retirarme ante aquel minúsculo cáliz de vida matrimonial. Una señora a mi lado dijo: “se lo tenía merecido”
“¿Quién?” –pregunte. “Ella” –respondió la morosa de chismes.
_ ¿Por qué? –pregunte. “No hacía más que calentar a los vecinos” –respondió.

El vendaval de castillos amorosos que se derrumba esconde en las adosadas multitudes de historias minúsculas que tan solo un oído lejano atisba pero no distingue más que trazos. Luego adjudicamos con frases cortas el resultado de un maltrato. De una estadística. Mientras, dentro la nevera enchufada enfría la compra que ya servirá una vianda diferente. La vida carraspea y los demás alteraran sus rutas. La Sra. de la enagua no regresara, no dará su versión. Dicen que en los pilotos británicos durante la Primera Guerra Mundial sabían que los arándanos eran increíblemente beneficioso para los ojos, y consumían arándanos antes de volar.

#Tal vez esta fruta nos ayudaría a ver… antes de establecer una batalla#

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