Ayer mientras tomaba café con un amigo inglés y hablaba, él abría cada vez más grande sus ojos, como si lo que dijera sobre Putin no fuera real –j re-
“En los noventa pedíamos libertad y la gente callaba. No estaba preparada para el cambio. Llegó la violencia, la degradación moral y, cuando Putin de repente apretó el botón más primitivo, el pueblo se puso a hablar y, cuando habló, a todos nos dio miedo”. Svetlana Alexiévich, Bielorusa, Premio Nobel de Literatura
Ya no hablaremos de mitos, ni de acuerdos ni siquiera de recuerdos antiguos. De aquí a unos años la humanidad será una palangana inmensa donde la Elite se habrá refugiado en corazones de metal (llamados antiguamente barrios) preparados para resistir el asalto de las masas muertas de hambre; y la clase media estará partida en pedacitos de gentes repartidas en tribus que se defenderán en islas autosuficientes. Y todo porque Putin habrá apretado el gatillo y desde el Mar Caspio un misil volando a tan solo 50 metros de altura habrá atravesado Irán, Irak, Siria para dar en el corazón de Alemania y unos segundos después el siguiente estallar en Francia, y unos segundos después otros destruirán las bases americanas en España. A una velocidad constantes de 1000 kilómetros por hora y con 10 toneladas de peso y sin ser detectado por el radar. La Europa paradigma habrá sucumbido en segundos, la que aguantaba el peso de millones de refugiados, la que tenía tantos ejércitos y hasta un millón de hombres pero ¡separados en banderas! La primera en apartarse, la bandera del Reino Unido, continuará interrogándose: ¿para qué crear otro ejército si tenemos el propio? Ni siquiera escucharon que no era crear otro, era cerrar los propios y establecer uno europeo, más ágil, y sometido a la democracia más antigua y débil. Así es nuestro continente, un gigante en manos de la ametralladora de Putin. De Rusia, de aquella que dividió el continente para mantener su fe en la Revolución y en la Nomenklatura. Poco ha cambiado. Ni la fe narcisista de los alemanes, ni el ruego sentido de los franceses en su grandeza, ni la apatía latina de los italianos, ni la sardina agujereada y vieja de la España sometida a sentimientos contradictorios sobre sus orígenes y sus pequeños países-establos para guardar el pequeño patrimonio.
El misil ha puesto fin a un sueño, la vieja Europa dividida y triste vuelve hacia atrás, al sueño romántico de la aldea y el himno, al olor a pie propio… pero es mí olor, a la rabia feudal y la debilidad. En el horizonte reina un nuevo dictador que amenaza, que dicta, que sueña. Un gran alemán y europeo desde la conciencia que dicta la historia nos dirá:
“El pensamiento del suicidio es un poderoso medio de consuelo: con él se logra soportar más de una mala noche” Friedich Nietzche Más allá del bien y del mal pág. 108
Notas
“El tercer mandato de Putin nos ha sacado del romanticismo de los años noventa”, afirma. “Han cambiado el país, han engañado al pueblo y les es fácil orientarlo como quieren”, sentencia. “Me refiero al militarismo antioccidental”, agrega. “Cuando iba a Rusia a buscar material para mi último libro vi que el pueblo estaba engañado, que era agresivo, que eso acabaría mal, pero nadie esperaba que viéramos cómo la época soviética vuelve y se apodera del país que intentaba comenzar una nueva vida”.
“Antes la finalidad era conservar el imperio, pero no sé cuál es la lógica y los motivos de lo que sucede ahora”, dice, refiriéndose a la política exterior rusa. La inquietud de Alexiévich se debe a “lo rápido que se ha podido darle marcha atrás a esta máquina”. “En los noventa pedíamos libertad y la gente callaba. No estaba preparada para el cambio. Llegó la violencia, la degradación moral y, cuando Putin de repente apretó el botón más primitivo, el pueblo se puso a hablar y, cuando habló, a todos nos dio miedo”, afirma. Svetlana Alexiévich. Premio Nobel de Literatura Ver entrevista en el País