Hola amigos, regresa esta serie, hoy de escrita por Ana Fernandez, comprendo que algunos perderán el hilo…; mañana prometo dar continuidad al regresar con el jefe de policía Wert.
-j re.
by Ana Fernandez
Ana se miró en el espejo, todavía guardaba algo de su belleza de juventud. Había sido una chica muy guapa, aunque ella no lo supo hasta que —siendo ya madura— fue descubriendo quien era y todo lo que atesoraba en su interior. En ese momento llegó su verdadero éxito y sus novelas empezaron a venderse como rosquillas, incluso aquellas que había escrito mucho tiempo atrás y que habían pasado sin pena ni gloria por las estanterías de las librerías.
Observó cada detalle de la cara reflejada en el espejo, algunas patas de gallo enmarcaban los ojos de un verde musgo que recordaban las empinadas montañas de su tierra natal. Debajo unas ojeras, fruto de la noche anterior y del despertar sobresaltado con la llamada de Marta, dejaron una huella oscura que lejos de afearla, imprimía mayor dramatismo a su mirada.
Completaban el conjunto las incipientes canas debajo del rubio Nº 8 que usaba para dulcificar más sus gestos.
Se quitó la ropa en el baño, contemplando su cuerpo desnudo, los años habían dejado huella, pero no lo habían tratado demasiado mal, y cerca ya del medio siglo aún conservaba toda la anatomía en su sitio y no había estragos que necesitasen retoques estéticos, un cuerpo al que había decidido darle mucho placer desde hacía tiempo. Su última separación había sido como la carta de libertad para un reo condenado a muerte y desde entonces salía casi cada noche a desahogarse con quien estuviera dispuesto a complacerla.
Abrió la mampara de la ducha y dejó correr el agua un minuto antes de entrar. Se colocó debajo del chorro a máxima presión y cerró los ojos intentando recordar cada detalle del día anterior.
«Juan Re le llamó para hablarle de su último libro y habían quedado para cenar. A media mañana habló con Marta que se ofreció a acompañarles. Muchos años atrás Ana les había presentado, y en los últimos encuentros percibió que entre ellos había algo más que amistad, un flirteo mal disimulado le llevaba a pensar que, o se habían acostado juntos o lo harían en breve.
Cenaron entre risas y de lo que menos hablaron fue del libro de Ana. Juan Re y Marta estaban más pendientes el uno del otro que de ella y se tomaron sin mesura más vino del recomendado. El café y dos copas más —en torno a las dos de la madrugada— hicieron el resto y Ana terminó por dejar a los dos en casa de Marta. Su marido estaba de viaje y no llegaría hasta la semana siguiente. Consiguió sacarles del coche mientras ellos se reían sin sentido y los dejó en la gran verja que cerraba la casa de Marta. Cuando se alejó con el coche les vio por el retrovisor, intentando abrir la pequeña puerta por la que se accedía a la finca cuando entrabas a pie. Lo último que vio fue como Juan Re le cogía el culo a su amiga y la empujaba dentro. Luego la puerta se cerró».
Se enjabonó el pelo con cuidado, luego, mientras hacía efecto la mascarilla, frotó su cuerpo con la esponja llena de jabón y se aclaró. Cogió una toalla del armario, se envolvió en ella disfrutando de su suavidad y con esa sensación confortable se recostó sobre la cama y se quedó dormida.
Es un lujazo para mi participar en este relato y un lujo doble que lo publiques en tu «casa» . Mil gracias!!
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Estimadaseñoraelproblemaesqueestahistoriasealarga … y va a acabar conmigo DEVERDAd! j re
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Joder qué cosa más llorica de hombre!!!
La estás alargado tú querido! A mi no me cuentes historias.
Pero en el fondo te está gustando…tienes una vena masoca creo yo.
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Es posible. me dedicare al rezo y la contricion: por mi culpa, por mi culpa!
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Y un cilicio para rematar
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