
Hoy acaba esta serie amigos, me gustaría continuarla. -j re crivello
La paella soplaba con angustia ante el disparate que había soltado el contertulio familiar. Era imposible disimular lo que habían oído los restantes miembros del clan, ante lo cual aquella bobada aun levitaba en la mesa. Era inútil desdecirse, Artl sentía un ligero frio en la nuca ante la desdicha de verse reprobado. Pero el jefe del clan, dejo pasar unos minutos. El viejo orín que nadaba en la palangana vacía -debajo de la mesa- era parte del ritual. Una mesa de caoba larga y antigua dos cuadros en el centro y un ventanal que recibía luz de una sierra que corría paralela al pueblo. Como nadie deseaba dar un paso, uno de los hermanos, sentado en una esquina, argumento:
— ¿Dices que tu mujer te ha dejado y se ha marchado con otro?
“Si” –respondió Artl. Transcurrió un buen rato y todos volvieron a quedarse en silencio, El jefe, de cabeza recia, canoso y apoyándose en su tradición de presidir aquella reunión una vez al año, de nombre Carlos Artl, atizo: ¡Ve y hazle regresar!
— ¿Cómo? Si ella está muy a gusto con su amante –insistió Ricardo Artl, y agregó:- me lo ha dicho ayer por la tarde en la última discusión. Fue tan astuta –prosiguió con su relato-, que mientras le vi sorber el vaso de cola, y estando en el saloncito, no hablamos mucho pero cambio su expresión en la mirada y volvió a insistir: ¡me voy! ¡Que joder! –Insistió Artl- su voz fue aumentando mientras describía aquel momento y miraba a su padre sentado en la esquina de la mesa- y decir: “Ahí te quedas, con tu papi millonario y tus nalgas del grosor de un dado. He conseguido un hombre que me mantenga igual que tú, y además me haga vibrar en la pista de baile”.
— ¡Estúpida! –exclamó el jefe del clan y la corte familiar susurro un aprobado que sonó como una ola hasta barrer la mesa. Artl prosiguió sin inmutarse conocía a su familia, siempre aceptaban el requerimiento paterno, pero en su relato agregó: Y le pregunté: ¿de qué pista hablas?
—En la pista, aquella que íbamos hace tiempo –respondió María Ramírez. Cuando estoy con él, se desplaza y me arrastra con facilidad. Yo siento su mejilla, o su mirada, me lleva de un lado al otro hasta olvidar en segundos cualquier traición o mediocridad. Tú nunca has entendido aquello del tango. Siempre lo has visto como un quiebro, como un compromiso. Pero su música es tenue, sensual. Si te dejas llevar, tu pareja está a tu lado, tan metida, tan unida, que es una de las pocas gotas de vida no contaminada, por la obligación, por la responsabilidad. Es tan virulenta su carne entre mis piernas, que deseas seguirle. Y tú, ¡nunca lo has entendido! Siempre has ido un poco más lento, o has sido tacaño en la entrega. Contigo, mi cuerpo al rozarte, no se electrizaba. ¡Ni miedo, ni pasión aparecían en tus botas! El suelo se hacía áspero. La noche eterna. La música un desquite amargo. Y, no era necesario beber o retocarse. En cambio, con él, ¡vuelo!; sin alcohol, con… poca música. Es un sentimiento que nos une y arrastra sin ninguna mezquindad, sin más, es un ligero contorno, descrito en la vuelta, y en la vuelta. Y… termino la historia –concluyo Artl.
El jefe le miro. No había más distorsión ni medida en la excusa que terminaba de escuchar. Abrió la boca, sus labios se balancearon, parecía que la frente se desplomaba encima de los ojos. Estaba abrumado. En sus medidas del tiempo no existían estas relaciones tan intensas, ni mujeres que cambiaban de amor como si les dirigiera la sensualidad y para ellas marcharse o romper un acuerdo fuera tan fácil. No, aquel no era su mundo, ni el del común. ¡Qué narices hacia uno de sus hijos metido en esas complicadas redes!, donde al final se acaba muy mal. Con lo cual intento hablar, pero su cabreo le permitió que escapara un chillido:
— ¡Déjala! ¡Es una minga de puro veneno! La Ramírez solo busca satisfacer su soledad. Los demás asintieron, no tuvieron el atrevimiento de preguntar. Artl se puso de pie y decidió no volver a verles más. Su familia estaba desquiciada y no entendía que la relación con María Ramírez era más intensa que sus mediocres existencias. Al llegar a casa escribió una carta en un papel verde que enrollo y apilo en una de las habitaciones, decía:
María
¿Te vas? O, ¿Buscas un amante, de los que te invitan a sentir lo prohibido? Esta tarde apartare en la esquina de la cocina tu olla de color marrón, la que siempre usas. Las ollas de loza son tercas como tú, dentro meteré tierra y una semilla de musgo, prometo que antes que termine de llenar su espacio estarás de nuevo con tu canción de siempre “perdona, me he dejado llevar” Y firmó Artl.
Luego llamo a su amigo H Raz para beber un cocidito de ron que hacían en una olla de cerámica donde los olores intensos se agrupaban en la salida del zaguán.
¡Es una minga depuro veneno! La frase de su padre retumbaba en su interior, un tipo escapado de la Segunda Guerra y lleno de odio que había llegado a Buenos Aires sin un peso, todo lo había construido con un estilo pendenciero y ajustado. Siempre cambiando ruptura y compromisos. Un individuo esquivo, luterano en las formas, quien mantenía una distancia que le recordaba sus continuas separaciones y rencillas. Nada de la fortuna paterna la heredaría, eran para sus cuatro hermanos, que rodeaban el panal para sorberlo a los minutos que el cadáver se hubiera deshinchado.
Artl dudaba si amar a la Ramírez o encerrarse en esa casa donde fantasmas propios e inventados le alimentaban. El timbre sonó, ¿sería su amigo H Raz? Al abrir la puerta una mujer alargada, de caderas con cierto volumen, con dos senos que lucían esplendidos y una cara redonda y llena de vida –dijo: “Hola”. Era María Ramírez. Le hizo pasar, fueron hasta el zaguán, Artl le alimento de historias referidas a su visita a la casa paterna, pero en el aire flotaba su nueva aventura, ese último amante que ella arrastraba y María pretendía reducir a una circunstancia del deseo, de la calentura. Y la Ramirez agrego:
—Hace dos noches que salto encima de ese burro. Es larga su verga, anchos sus labios, hasta el cabello del centro de sus pechos huele a sed. ¡A sed! Repitió una y hasta dos veces más. Artl no quería ni hablar de esa historia. Pero María insistió: ¡mastica y muerde en las nalgas mejor que tú! Bebe y me irrita con una mano diestra y segura, que aprieta, socorre, me masturba hasta dejarme si sed ¡sin sed! Artl estaba ya harto y exclamó:
— ¡Hablas de una ciénaga o de un amante! ¿Y luego?
—Perdona, me he dejado llevar –dijo María. En aquel zaguán aun hubo sitio para dos besos. La olla de loza volvió a su lugar, pero la distancia entre ambos se habría poco a poco. Luego llego H Raz, y María se marchó. En el segundo vaso del cocidito de ron, ambos amigos rieron un buen rato, hasta que H Raz dijo breve y seguro al tener los ases de su lado:
—Esa acabara contigo.
—O yo le enterraré con sal como a un buen salmón –respondió Artl
—Quizás, aunque arrancarse algo del corazón, es una tarea difícil y… meter un cuerpo en sal, te marcara toda la vida –dijo H Raz.
—Sabes amigo H., tengo varias cartas de un tal Pascual Pérez (1)
—¿El boxeador? –pregunto H. Raz
—Si. ¿Te apetece que las leamos? –Pregunto Artl-, mientras su amigo entraba en una de las habitaciones para buscar esas deliciosas misivas.
Notas
(1)Pascual Pérez (Rodeo del Medio, Mendoza, Argentina; 4 de marzo de 1926 – Buenos Aires, Argentina; 22 de enero de 1977) fue un destacado boxeador argentinode peso mosca.
Ganador de la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres 1948 y campeón mundial (1954-1960), único argentino en alcanzar ambos logros. Como amateur peleó 125 combates.1 Se hizo profesional en 1952, librando 92 combates (84 victorias, 7 derrotas y 1 empate), en los cuales ganó 57 peleas por nocaut, récord que lo ubica en un selecto grupo de boxeadores que han obtenido más de 50 nocauts. Realizó nueve defensas exitosas del título mundial. En total obtuvo 18 títulos. Está considerado como uno de los tres más grandes boxeadores de la historia del peso mosca, junto a Miguel Canto y Jimmy Wilde.2