
2ª noche de 1958
Gerardo camino hasta una caja que estaba en el suelo. Dejo la Eveready a un costado inclinada, lo suficiente para que proyectase la luz. Quito la tapa, y recogió unos papeles al azar. Estaban escritos con una letra redonda y prolija. ¿Qué significaba aquello?, acerco aún más la linterna, los datos estaban ordenados por fecha. Comenzaban en 1953. El detalle sumamente prolijo, de quizás la letra de su padre establecía: número de orden, nombre del chofer, kilogramos, salarios del chofer, direcciones de entrega, ruta. Todos iban dirigidos a Tony G. decidió recoger las aproximadamente 100 cuartillas, puso la caja bien tapada en un rincón, cogió la linterna y se dispuso a subir por la escalera hacia el despacho.
Al cerrar aquella puerta pequeña, encendió la luz de la mesilla, miro el reloj, eran las 3 de la madrugada. ¿Quién era ese Tony G? Fue hasta un mueble, abrió una puerta, allí se apretaban unas con otras las agendas de su padre. Era tan meticuloso, que intuía alguna pista surgiría de aquel año. Repaso con el dedo el lomo de cada una de ellas, la última, llevaba la fecha: 1953. La aparto y la abrió. Decidió de manera intuitiva buscar en las direcciones, nervioso, atropellado miro en la G, bajo en línea hasta ver Tony: 6564578. Sin preocuparse por la hora fue hasta el teléfono y marco el número. Sonaba ¡Venga! ¡Venga! ¡Contesta! –dijo.
—¡Hola!, ¿quién es? Una voz femenina repetía el saludo con insistencia.
—Hola -se animó a decir.
— ¿Ud. sabe qué hora es? –le interrogo una voz aguda.
—Si -respondió. Quiero hablar con Tony G.
—Soy su mujer –dijo su interlocutor
—¿Puedo hablar con él?
— ¡Esta Ud. loco!.. Llama a mi casa a estas horas y pretende algo tan extraño.
— ¿Porque extraño? -pregunto.
—Mire, mi marido, está en la penitenciaria de Las Lomas.
—Tuu, tuu… el sonido del teléfono se diluyo en una repetición sin fin. G. colgó el tubo, apago las luces. Mañana bien temprano iría a verle a la cárcel. Las Lomas: “aquello está a media hora de aquí”, y se durmió.
10:00 Hs de 1958
G. decidió llamar por teléfono a un primo suyo que trabaja en el penal y este le prometió que está misma mañana cerca de las 10 podría entrevistarse con Tony G. Se preparó, cogió las llaves y camino hasta su coche. Al llegar a la esquina, giro hacia la derecha en dirección a la nacional 120. La cárcel estaba en un descampado a 10 Km desde la última salida del pueblo. Vivian unos 500 presos, repartidos en dos pabellones. Aún recordaba que había estado una o dos veces para visitar a su primo y aquel era un sitio que no le hacía mucha gracia. De Tony G todos decían que había sido un antiguo colaborador de su padre, con lo cual al segundo le sumaban la expresión: “traficaba con droga”. Antes de llegar el camino pasaba por delante de la taberna de Paris, quien representaba una frontera, donde se juntaban ex-presidiarios y elementos que vivían al límite del sistema. ¿Qué podía preguntarle a este tipo? ¿Le reconocería que esos cargamentos detallados en las hojas existieron? Ahora que recordaba, en la prisión sabia dar misa el cura del pueblo -un tal Abel. Era quien le había dado la comunión hace años. ¿Tony habría participado en el asesinato de su padre? ¡Qué gran misterio rodeaba aún aquel día! Siempre volvía a su memoria, como un presentimiento, como una carga de odio/amor, cuando pudo ver la escena del crimen, aquel trazado de la carretera, luego la curva y una ligera pendiente y más abajo el Buick del 41, aparcado en el arcén y la puerta del lado del volante abierta y su padre acribillado, desgarrado, casi vuelto sobre la derecha y cubierto de sangre. Fue un poli quien llamo a casa de su madre, él estaba descansando, luego de la sorpresa, subirse al coche y pasar delante del hotel de Paris -donde ahora se hallaba, y unos 4 Km. mas aquella fatídica curva. Paris, ¡Siempre Paris! Todo se cocinaba cerca de este oscuro personaje, desde donde salían los chismorreos, las venalidades, los acuerdos para el tráfico o los bacanales de prostitutas que ejercían por encargo en las casas de los poderosos de la comarca. Dudaba si sería interesante tener una charla con Tony G -reflexiono en voz baja. ¿No había sido tan amigo de su padre? Ya se vería en el penal, unos metros y se detuvo en la garita de entrada, un tipo regordete le pidió la documentación, le mostro su DNI verde, como libreta de cocina, donde multitud de hojas hablaban de la constitución y la civilidad. El guardia, le pregunto a que venía, el dio el nombre de su primo por respuesta. El guarda se retiró y atravesó la puerta, fue hasta un teléfono, lo levanto, giro su manivela, su voz potente a lo lejos dejo oír:
—Está aquí el hijo del Viejo. ¡Que cojones! -pensó G. ¡Este gordo de mierda me asocia a…!. La bola grasienta, moviendo su barriga en sentido contrario a su interés, salió de la garita, y dijo: “Vale, puedes pasar”. Una exhalación con sabor a ajo le dio en su cara, G. intento apartarse, le molesto tanta familiaridad. Una vez en el interior, su coche avanzó por un camino apretujado y con curvas, que pasaba entre campos. En los alrededores grupos de presos vestidos de naranja y con largas cadenas cuidaban la huerta. La muralla -de la verdadera cárcel-, se aproximaba, se detuvo por segunda vez, pero aparco el coche en un lateral. El vigilante ahora fue más preciso, se situaba en una entrada adosada al muro y le hizo pasar a una sala, allí le cachearon de mala manera. Luego siguió por un corredor que finalizaba en una reja descomunal. Le abrieron una puerta más baja, ya dentro, una sonrisa de entre varios policías, le permitió distinguir a su primo. Quien le acompañaba le llevaría directo hacia él. Inquieto por saludarle, observo como su primo blandía su porra en una mano. Le abrazo y le dijo:
—Hola, ¿cómo estás? Su primo era grande y alto, aún joven y sediento de poder, con un cabello desmesurado, de rizos y unos ojos negros que luchaban por sostener ráfagas de viveza en aquel paraíso de los intereses. Ven, acompáñame, Tony te espera. G. le seguiría sin salir de su asombro, parecía que viniese a visitar al director del penal. Atravesaron un pabellón inmenso, las celdas se unían unas a otras sucesivamente. Algunos presos le gritaban ¡cabrón! Al llegar al final, otra reja bastante más grande que la anterior fijaba los límites de sucesivas influencias en aquel palacio del crimen. Su primo extrajo una llave, abrió una segunda puerta, hacia el final se veía una celda solitaria. Al acercarnos, pudo ver dentro un tipo canoso, de cabello ondulado muy musculoso que crecía en una cabeza grande adornada con dos labios finos e inseguros. Tenía unos ojos verdosos y una estatura mediana, pero su complexión era fuerte y desajustada hacia la derecha. Quizá su impresión fue ver a un tipo que se paseaba como un león enjaulado. Su primo le dejo entrar en la celda, en su interior, G. pudo sentir un frio sobrecogedor, pero no le dejaron respirar, el tipo le clavo rápidamente su mirada. El león se había detenido, y analizaba un nuevo Latimer o un nuevo Montes. Detrás de él aun pudo escuchar: “bueno aquí les dejo”. Se habían quedado a solas, las piernas le temblaban. El tipo le señalo una silla a su lado. Miro a su alrededor mientras se sentaba, aquello era un bonito apartamento, una mesa, varios muebles, tal vez otra habitación al atravesar una puerta más alejada y casi al final lo que se imaginaba sería un lavabo y se dejó caer. Tony G se sentaría en otra, pero la giraría para ponerla al revés, apoyando sus dos brazos en el respaldo.
—Tú eres… -dijo, su voz parecía a la de un locutor de radio, melosa, con graves que se amontonaban al final de cada frase.
—Sí, yo soy el hijo del Viejo -le interrumpió secamente. Me llamo Gerardo Latimer, me dicen G.