
Esta serie refleja una relación particular con Dios, si algún lector se siente molesto, no me refiero a su Dios ni a su religión, los cuales merecen mi respeto –j re crivello
Pude –debo confesarlo, adelantar de nube para poder acceder al recinto donde Dios pasaba revista a las almas llegadas de la última Gran guerra. El espacio era una playa alargada y cubierta de olas de un blanco fantástico. Cada miércoles era su tarea. Desbrozar quien era bueno o malo de los 50 millones de muertos de la provocación de Hitler. Tarea atrasada en el tiempo -por la escala del trabajo que Dios debía realizar, pero era imposible dejar a esta gente entrar al cielo por una guerra donde los problemas morales resumidos serian del tipo: ¿a quién mato primero?
El cine clásico de los wéstern ya había establecido unos presupuestos mentales: si desenfundas primero, eres libre de padecer una carga moral. Pero Dios le daba vueltas al asunto y solía repetir largas cadenas de entrevistas mientras las almas fosilizadas aguardaban en caravana en pos de un espacio en las blancas dunas del Cielo. Al verme, hoy -él vestía de verde suave- con una señal de su parte, me senté muy próximo y sus primeras palabras fueron una reflexión antigua de Hume, dijo algo parecido a esto:
—Las ideas, ficciones o imágenes producen un efecto inmediato en otros individuos, y esta capacidad de dejarse impresionar por lo que le pasa a otro es la simpatía. Antes que la compasión o la benevolencia, la simpatía es la condición social de la existencia humana.
— ¿Y valoramos moralmente basándonos en ello? -le pregunté
—Si –respondió Dios, para agregar- en mi caso: ¿cómo voy a valorar a quienes se han matado entre ellos, sino fueron capaces de simpatizar con su enemigo? Eran malos recíprocos –sintetizo. Antes de sentir simpatía su odio les impulsaba a matar para evitar ser muertos.
—Cumplían órdenes –dije.
— ¿De quién? De su corazón, o ¿de seres más perversos? Con lo que esta enorme fila que tú observas y que esta cristalizada, fosilizada se supone que son asesinos que han matado por vivir. ¡Ese es mi gran dilema!
—¿Y qué decisión has tomado en la Primera Guerra Mundial? —pregunté. El movió las manos y pude intuir los gritos en el infierno. “¿Todos?”. Dios se puso de pie, y salió hasta una ensenada de rezos que surgían de estas almas en pena, desde allí me dijo:
—Según Hume: “la simpatía da uniformidad al alma humana y permite el entendimiento y la envidia entre los hombres y agrego- hasta que deciden matarse”. Hoy no habría partida de cartas –pensé, para regresar a mi nube, mientras dentro de mí retumbaba: “Ser Dios no es sencillo”.