
Estoy sentada cerca de las vías de tren.
Hay más personas a mi alrededor. Cerca, muy cerca de mí. Y como si fuera en cámara lenta, veo como dos personas están a punto de saltar a las vías segundos antes que pase el tren.
Saltan. El tren les pasa por encima, estrepitosamente. Una muerte brutal. Y brutalmente rápida.
Me quedo paralizada. En un estado de shock. No puedo ni empezar a plantearme reaccionar o articular palabra cuando una mujer de al lado mío – que presenció lo mismo – me ofrece un vaso que contiene un líquido verde; no pude percibir bien qué era, ni tenía la fuerza mental de pensarlo o siquiera preguntarlo; recuerdo negarme, pero insistente la mujer me lo da, y yo por no llevarle la contraria, y por pura inercia bebo un traguito. Pero ella no satisfecha, me hace beber más y más, y yo lo hago, pero sin ganas, como en automático. Sigo en estado de shock. Y con la confusión latente de no entender por qué esa extraña se empeña tanto en que beba lo que hay en ese vaso y no en hablar de lo sucedido. ¿Por qué nadie comenta lo sucedido? Se acaban de suicidar dos personas delante de nosotros. ¿Y ella tiene su atención en que bebamos? Sentía una sensación de irrealidad tal que tenía que ser un sueño. Y en efecto, lo era.
Nada más despertar no caló el impacto del sueño tanto como lo hizo horas después, y sobre todo al entrar la noche. La noche… siempre la oscuridad y su inescrutable capacidad para penetrar los recovecos más hondos de uno; ¿por qué será que ésta casi obligase a uno a recapitular imágenes y memorias y no te suelta hasta que veas lo que sea que quiera mostrarte? Obstinada es la oscuridad, como la mujer del sueño que no hacía más que insistir en que siguiera bebiendo.
Pero, ¿qué me quería decir aquel sueño? No me soltaba. Volvía a mí, y la intensidad de la sensación que tenía al recordarlo cada vez era mayor; iba en aumento; una fuerza que empujaba hacía algo. Sentía como una pieza de mi consciencia estaba más cerca de llegar a ese lugar- a lo que yacía bajo ese recuerdo-.
Todo empezó a cobrar sentido cuando reparé en el detalle más relevante: En el momento que yo en el sueño acepté la bebida de la insistente mujer, en ese preciso momento, hice un pacto. Un pacto con ella, ¿y quién es ella? La cuestión es que me sublevé inmediatamente; y el sentimiento que me envolvió antes de despertar fue una terrorífica angustia; la culpa de alguien que acepta la bebida- y por lo tanto implícitamente acepta no hablar de lo sucedido- y en cierta forma, pierde, cede una parte valiosa de quien es. Aniquila la exteriorización de la palabra y el sentimiento cuando aún están gestándose: aborto prematuro. ¿Y qué pasa entonces? Queda una herida primordial en el interior el cuerpo; herida abierta, recién nacida y por lo tanto llena de vida. Fuego y dolor.
Y todo esto, me ha llevado a hacerme más preguntas sobre mi vida personal. Ciertamente en mi carrera musical me ha acompañado siempre una especie de desesperación; una nostalgia que grita y ruega por ser encontrada. ¿o reencontrada?; pareciese que estoy en constante búsqueda a través de los laberintos melódicos que salen de la guitarra. ¿Será que a través de la música es que puedo comunicarme con la parte de mi abortada, perdida?,¿Es ésa nostalgia el motor de mi arte?
No lo sé, no lo sé… demasiadas posibilidades se abren a veces con un sueño. La única certeza que tengo hoy, es la inexorable sensación que me carcome por dentro, y que traspiran mis canciones, esto es la profunda tristeza de ir detrás de algo que no puede ser alcanzado, completado. Ese algo que la música tan sólo roza por momentos, más no llega. Siempre medio paso por detrás. Las palabras no llegan. ¿Qué hacer cuando la necesidad de expresión es tan imperante y tan irrealizable al mismo tiempo?
Pasa que te va devorando, y queda uno atrapado en el mismo núcleo de ésta monstruosa herida que absorbe hacia dentro, dentro… donde sólo queda oscuridad y quizá un tembloroso pensamiento – ¿es esto mismo lo que sintieron aquellos artistas que acabaron con su vida jóvenes? -. ¿Será que chocaron con los límites del arte?, y el dolor… éste dolor, ¿Dónde empieza y dónde acaba? ¿Dónde está el límite? Dime que lo hay, por favor, dime que si lo hay.
ALICIA TRUILLO ARAGÓN
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