Agosto -14: Félix Molina, Instrucciones para domar a la ballena

Hoy presento en Agosto a Félix Molina, escritor y colega, con él (y Edgardo Villarreal en México) tenemos el record de haber editado durante 52 semanas seguidas uno de sus relatos (Poe, no ha muerto). Félix forma parte de Masticadores, pues es esa clase media (jaja) del proyecto que apoya y brinda consejos en los momentos malos de esta comunidad que sigue creciendo. (no me pregunten por los obreros…)

Con ustedes Félix y el link a su blog.


Cartas desde América, 2 | Herman Melville

Señor Melville, lo mejor para domar a la ballena es que se embarque. Y pronto. Deberá vagar once días con sus once noches en la Oficina Central de Correos. Allí no desespere, pero tampoco dé pábulo a la euforia. Será, en su tristeza, un empleado más, sin otro cometido que la lectura de cartas de suicidas. Lo llamarán Bartleby. Lo más razonable es que se niegue a todo. La inacción le salvará. Una noche, su jefe, en un cabriolé tirado por dos caballos negros, lo dejará en la plaza más oscura de la ciudad. Debe detener su mirada en el centelleo de cada farola (son pocas, no le costará), porque le será revelado así un código con el nombre del patrón de su barco.

Al mes de frecuentar la plaza, cuando ya los naturales del lugar le confundan con un mendigo, alguien gritará delante de usted el nombre del patrón. Siga a ese hombre que a tal grito responde, aunque ascienda por calles en pendiente,  aunque se suma en las alcantarillas. Nuevamente: no desespere. El patrón es un hombre raro, puede pasar noches enteras durmiendo a la luz de la luna en un oasis de cactus o amanecer en un dispensario que ha convertido previamente en cantina. Abrácelo en el momento justo, ni un segundo antes ni uno después, y será usted uno de sus hombres.

Cuando llegue al velero –sí, es aún un velero, no el ballenero que usted busca– permanezca en silencio y no se una a cualquiera de los dos bandos de la tripulación que quieren hacer de usted un dios. Le llamarán Billy Budd o Babo, es indiferente. Rece diariamente a cualquier inclinación del paisaje sobre la borda y sus oraciones serán respondidas con el respeto de los dos bandos. Podrá dormir tranquilo al pie de la mesana y almorzar pescado crudo en la proximidad de los icebergs. Siga sin desesperar cuando el tifón lo arrase todo. Agárrese al peine de las algas que intente amordazarlo mientras sus camaradas desfilan con los ojos abiertos ante usted.

No piense que la isla es el final. Concéntrese en saber el nombre de las cosas, las escasas que ve en el horizonte y en el mínimo perímetro que lo cerca y, sobre todo, las que no ve. Formas extrañas, que le confiarán el modo de domar a la ballena. Escriba. Puede escribir si ello le ayuda a concentrarse. Sueñe que ha penetrado la pared de grasa y duerme entre sus fauces. Tiene que concentrarse en la respiración del cetáceo, en la negra y húmeda noche donde los restos de las vísceras de otras presas y la sangre transcurren bajo su cama o la mesa donde escribe. En la mañana en la que despierte de ese sueño, los arponeros y Ahab ya le serán vecinos. Siga sin desesperar, por un segundo. Levántese. La ballena ya está domada. La ballena es la isla. Pero la isla es también la ballena, y ahora usted, erguido encima del lomo resbaloso, es el dios de todo ese vapor. Todo es historia ya y usted es algo más que todo, es cada gota menuda de ese chorro. No piense en ello.

Ya puede abrir los ojos.


Nota vaporosa:

Herman Melville (1819-1891) pergeñó una enciclopedia de todas sus obsesiones y la llamó Moby Dick. Aunque su novela-ballena se hizo bandera del trascendentalismo más oscuro, no constituye ni una décima parte del interés sobre Melville, sobre todo del interés contemporáneo, que emerge directamente de una figura verdaderamente oscura, de un agujero negro entre los personajes narrativos: Bartleby. Un escribiente que, en la novelette de mismo nombre y oficio, se hace símbolo universal de la desidia de raíz filosófica, existencial. Su ‘preferiría no hacerlo’ preludia un estilo de insumisión personal en la que después indagará buena parte de la mejor literatura norteamericana, desde el relato de Carver hasta la novelística de Salinger. Tampoco fue este relato el único de Melville, que, además de la poesía, menudeó el cuento más o menos largo o la novela corta con genialidades como Billy Budd (de tema también marino, aunque menos existencial) o Benito Cereno,con implicaciones políticas

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