Agosto -16: Jorge Aldegunde Piñeiro, Luces que fueron

Presento a Jorge, buena pluma y buen amigo. Las cartas son siempre un activo del escritor/ra – j re crivello

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Sigue una transcripción de la carta de Heinrich Rössig, soldado del centésimo segundo regimiento de infantería del Ejército Imperial Alemán, a su prometida Maria Rachfahl.

***

27 de diciembre de 1914. Frente Oeste – Ypres (Bélgica)

Liebe Maria,

Por fin he encontrado el tiempo que necesitaba para escribirte como es debido. Quiero tranquilizarte: nada ha cambiado, al menos sustancialmente. Como sabrás, tras las contiendas del mes pasado y nuestro repliegue, nos hemos atrincherado al norte de Flandes, muy cerca de Ypres. He sido llamado al frente sustituyendo a compañeros heridos y exhaustos – sin contar los miles de caídos y prisioneros que se han quedado atrás. Durante el día sufrimos la constante amenaza de las ametralladoras, fusiles, granadas y piezas de artillería del enemigo. La noche no resulta más grata: el frío y la humedad son insoportables – por no mencionar a los molestos piojos y las monstruosas ratas que roen nuestras mantas. A principios de diciembre comenzaron las lluvias y, con la llegada del invierno, la nieve ha terminado por enfriar los corazones y el ánimo. Empero, hemos recibido órdenes de los mandos de mantener la posición cueste lo que cueste – y en ello, créeme, nos afanamos.

Pero no es del crudo invierno y de la desolación de esta guerra, que se presume larga, que yo quería hablarte, sino de la Tregua de Navidad. ¡Ha sucedido algo extraordinario! Al atardecer de hace exactamente tres días, al terminar la ronda, observé que el teniente Pfister repartía cigarros y güisqui entre la tropa. Traía consigo, además, un pequeño abeto que colocaba cuidadosamente en el centro del foso y, ayudado por otros soldados, lo inundaba de velas encendidas. Con su vozarrón, ¡el teniente comenzó a cantar Stille Nacht! Nos miramos confundidos y entonamos con él el villancico. Notamos como el coro se extendía a lo largo del parapeto. Al terminar, del silencio de la línea enemiga – apenas a unos cincuenta metros – brotó un sonoro aplauso, seguido del mismo cántico en su lengua. Siguieron más canciones en ambos lados y felicitaciones espontáneas hasta que, ya entrada la noche, soldados desarmados de cada frente salieron de los túneles, sortearon las alambradas y acudieron a encontrarse, estrecharse las manos y desearse Feliz Navidad. Yo mismo, imitando al teniente, me aventuré a ocupar la franja que, irónicamente, había devenido en tierra de todos. A pesar de mi limitado inglés – únicamente favorecido por lo extraño del acontecimiento y el calor del licor, entablé conversación con un jovial soldado británico – un tal Joseph Henry. Él me señalaba, con cara de asombro, las luces que brotaban de nuestra trinchera; pareciera una suerte de cicatriz en la tierra – decía – salpicada de minúsculos fuegos. Por acuerdo entre oficiales, el día de Navidad transcurrió sin hostilidades. Durante la mañana aprovechamos para recuperar los cadáveres de combatientes caídos y enterrarlos solemnemente. Por la tarde, un soldado escocés encontró – Dios sabe cómo pudo llegar hasta este lugar – un desgastado balón de fútbol. ¿Puedes creer que terminamos improvisando un partido aprovechando material inservible y maderas de la alambrada? Son, en verdad, sucesos extraordinarios.

Esta especie de armisticio continuó durante ayer – lo que no hizo sino subir la moral de las tropas, hastiadas ya de la penosa vida en la trinchera. Sin embargo, hoy se respira de nuevo un ambiente enrarecido. Al parecer hay orden de evitar cualquier acto de confraternización con el enemigo. Los oficiales han amenazado con castigos y represalias; nos han recordado que seguimos en guerra. He aprovechado para despedirme de Joseph, no sin antes intercambiarnos los botones del uniforme, para que nos sirva de recuerdo de tan asombrosa Navidad.

Me despido ya Maria, no sin antes desearte luz; la misma que espero me acompañe hasta verte de nuevo.

Siempre tuyo,

Heinrich.

***

A continuación, se muestran páginas del diario del soldado Joseph Aldridge Henry, 3º Batallón Royal Welsh Fusiliers, 20ª Brigada de Infantería (promocionado a sargento por su coraje y valentía durante el asalto aliado a Neuve Chapelle).

***

10 de marzo de 1915. Frente Oeste – Neuve Chapelle (Francia)

Atravieso humo, entremezclado con densa niebla. El bombardeo ha infligido un serio castigo sobre las tropas alemanas, que se repliegan sorprendidas. Debemos avanzar rápido para evitar que se rehagan y que el enemigo contrataque.

Descubro que la línea alemana ha retrocedido más allá de la aldea, parece que no tardaremos en conquistarla.

Tras la última trinchera se amontonan muchos cuerpos; llama la atención uno de ellos, ligeramente alejado del resto. Me acerco. Tanteo con mi bota y apunto con el fusil. No se mueve. Veo a mis compañeros marchar a mi lado, apresurados.

Algo asoma bajo el alemán muerto: parece una carta. De entre los pliegues del papel sobresale un botón. Lo recojo, lo miro. Un breve recuerdo; un fogonazo.

Parece que fue hace mil años. Miro al cielo e imagino, distraído, luces que fueron.

***

Notas del autor (traducción libre):

Liebe <> Querida

Stille Nacht <> Noche de Paz

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