IcanHearYouHavingSex -New York 02- by j re crivello

745 East 141 Street del Bronx. Allí nos encontramos, hacia sol y parecía una calle tranquila. Al poco de llegar apareció Robert Triss, engañaba al dar un cierto aire bonachón, alto, delgado, fibroso, solo un saludo rápido y a esperar al tío calvo del psicólogo que no aparecía. Un mensaje en mi móvil dijo que estaba a dos calles y una expresión: “fuck cuchilla de afeitar” Al llegar pude comprobar que su cara era un lio de cortes. Los negros como yo, tan olvidados no necesitábamos afeitarnos y echarnos colonia para rellenar los líos mentales. Pasados unos segundos, la limousine de Brenda paro a 30 metros ¡ya estábamos todos! La noche en el Hilton había sido interesante, pero me había abierto de allí hacia las 4, y mi corazón rajaba muy rápido, con lo cual caminar por Nueva York a esa hora era una buena terapia, luego me detuve en un bar y con 5,50 comí una hamburguesa doble con queso, papas y refresco. Al llegar hasta nosotros Brenda dijo: “el sol me está matando” y dirigiéndose hasta a mí –pregunto: “¿por qué te marchaste?”

–Mi cabeza iba a reventar –respondí. Robert Triss hizo una señal y caminamos un poco hasta el 141 de Cipres Avenue. Un edificio de cuatro plantas y de ladrillo marrón con algún detalle incrustado y que, con sus cuatro plantas dominaba la calle. Entramos por un lateral y la parte baja daba a una sala inmensa donde ese día no trabajaban. Nunca había estado en una fábrica de gominolas, para los negros cubanos la propiedad privada era un descubrimiento. Triss nos mostró la cadena de producción y su producto estrella una gominola verde, redonda que al morderla estallaba en la boca con un sabor acido amargo: “la hacemos de plástico y es una bomba” -dijo.

– ¿Y alguien se come esta mierda? -pregunto Rossana Pascal

–Más mierdas que estas se comen -respondió, hay un chupetín con palo que al acabar se transforma en un chicle que se gira en los dientes y acelera el jugo gástrico. Luego le tiran al suelo y la ciudad se gasta fortunas en despegar aquel plástico que va diluyendo la cerámica o el pavimento con un ácido que es de efecto retardado.

“¡Maravilloso!”- exclamo el calvo. Pero, todos seguimos detrás de Triss y en la nave donde cargaban el producto habían dispuestas seis sillas en círculo. Al sentarnos Brenda me pregunto: ¿te has quedado con la ropa que lleva Rossana hoy?

–No –respondí. Pero pude ver que se sentaba a mi lado y un conjunto rojo brillante hecho al estilo ABBA le daba un aire pasado de tiempo. Y ella fue la que comenzó a hablar:

–En aquella época en que fui secuestrada y obligada a trabajar de prostituta pude aprender a escuchar el sonido de los que me iban a follar. Y los clasifique en cuatro estilos —Bronco Brown no pudo detener su risa, aunque ella no le escuchaba-, estaban los tipos que sonaban a caramelo sin fe, es decir venían por tener una tipa que les tiraba la comida en la cara y les planchaba las camisas dejándole rayas para que su sufrimiento fuera repasarlas el domingo noche antes de poner el despertador a las 7. Al mirarme, ellos se vengaban, pero no de tener sexo con ellas, se las montaban igual, pero yo percibía un latiguillo de “quiero menos adrenalina y más amor”. A estos los despachaba siempre de la misma manera, con gimnasia, los brincos y el ruidito de mi satisfacción les volvía rematadamente locos. Y si repetían, ponía un poster en la parte de la pared de Julio Iglesias con aquella cara de amor pringoso y su moreno de macarra de disco.

– ¿Y tú? –pregunto Bronco Brown. “Si ¿y tú? -dijo el grupo a coro.

–Nos parece muy bien que nos cuentes como eran los tipos –dijo Brenda, pero nosotras ya lo sabemos, en mi categoría te podría incluir a los amantes sarnosos que mientras cabalgan están en una nube que pareciera ser una canción de Abba.

– ¡ABBA es mi grupo! —dijo la Pascal y agrego… ¡es que si hablo de mí! Un largo sollozo apareció en unos ojos parecidos a las fieles disputas de matrimonio donde ella dice no te amo, y él responde yo sí, y ella dice ¡no seas mentiroso! y una larga cadena de pleitos supera a los rencores. El más silencioso del grupo Yack Z., el anglo, ante quien no me había detenido a mirarle en demasía, sentado en mi derecha, con las piernas cruzadas, un cabello liso y rubio peinado con brillantina de la Floid, una marca española que comprábamos en Cuba de contrabando. Esta mañana, descubrí que llevaba camiseta Fred Perry y un cinturón apretado a su incipiente barriga que dejaba ver un juego de tres agujeros, lo que me daba la impresión de sus problemas de alimentación, si subía 5 kilos echaba para atrás y si lograba dominarse su último espacio era ese agujero más marcado donde en los ratos buenos solía aparcar su buen estar. Y… soltó una descarga:

–Hablar del sonido del sultán, del que le paga, me parece Señora, y no se ofenda, es demasiado. Los hombres somos buena gente, lo que pasa es que nos pierde la orquesta.

– ¿La orquesta? La risotada de Bronco Brown fue sonora y pregunto ¿qué es eso?

–La orquesta –respondería Yack Z., son las tentaciones que hay alrededor de las mujeres. Que te vas a cortar el cabello y las revistas son de sexo; en ellas de cotilleos, que vas a comprar carne y la dependienta manosea aquello vestida de metal, brillante y vulgar te dice “se lo arreglo”; que vas a ver la tele y aparecen mujeres chillonas y aprendidas que razonan con embriaguez:

– ¡Habla de ti joder! —gritó Robert Triss y se calló. El grupo asintió. El tío calvo se atrevió a explicar:

_Cuando tocamos estos temas parece que lo plural nos obliga a escondernos —nos cuesta bajar hasta lo más íntimo –agrego.

– ¡Que somos unos putos alcohólicos! –dijo Brown y deberíamos hablar de nuestros miedos y limitaciones. Y siempre metemos cuchara para distraer, este nos trae a su fábrica, aquella nos cuenta el sonido del… bueno el silbido de los orangutanes subidos a su caza, y este que se encuentra mal por la atracción de feria que le rodea. Apaguen la tele ¡joder!

– ¿Y tú? –pregunto Brenda

–Yo soy un negro que ha bebido por no saber salir de aquella isla, por tener un amor que era hombre, por estar solo y sentir frio en muchas noches –y se levantó, dejándoles allí.

Nota y traducción

(1) Te oigo follar. Este título responde al nombre de un modem de Nueva York y es una inspiración del artículo que lo menciona en El País Semanal: “Mi WIFI se llama Pepita”, cuyo autor es Karelia Vázquez

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