Tio Wof —03 Martín Alsa conoce a la Mirada por primera vez (1925)

Después de verle en aquel lavabo, en uno de mis primeros días de trabajo decidí visitar a Ludovico. Serian cerca de las 10 de la mañana, llegue a la calle Pueyrredón, era una casona gris, con una valla alta de cemento y una puerta de hierro de color verde oscuro, al traspasar la entrada, hacia la derecha, había un árbol  frondoso, que ocultaba una puerta con cristaleras. Levante la mano de cobre, del centro de la puerta y pique tres veces. El ruido metálico, me despertó del sopor que arrastraba. Se entreabrió un poco la hoja y se asomó un señor mayor de traje oscuro. Llevaba unas hombreras grandes y una corbata en tono azul pálido. Sus ojos de color negro, con cejas suaves, una nariz redonda y un cabello oscuro y lacio que peinaba con gomina en abundancia. Su mirada se incrustó. Intente reponerme de la situación y directo pregunté:

— ¿Está el Sr. Ludovico?

—Sí, le espera. Pase. Entramos a una sala grande, atravesamos un pasillo, de un lado se veía el patio y sus plantas y una parra que daba sombra. Llegamos al fondo, se habría una habitación, era una cocina, pequeña, con una mesa de frente a la ventana del patio, casi al final sentado en un sillón estaba Ludovico, de espaldas, con su cabello rizado y canoso. El ayudante le dijo:

— ¡Esta Martín Alsa! Aquel joven que Ud. invito a visitarle hace unos días. La Mirada se giró un poco, elevó su cabeza y al verme, otra vez sentí que me escrutaban. Me indicó una silla a su lado. Me acerqué hasta él. Era una mañana en que el sol llenaba toda la habitación. Los dos nos quedamos sentados en dirección al patio. Sentía el contacto de la Mirada. Comenzó a hablar lentamente dejando que su cabeza estuviese en dirección al exterior, yo veía reflejarse en la pared lo que decía. Eran unas imagines frescas, allí se repetía sin cesar una implosión gigantesca en el mar. Las olas se levantaban bruscamente y las montañas de una isla se convertían en lava. Una lava furiosa, ardiente, roja que caía verticalmente sobre el agua. Todo se precipitaba en un foso inmenso que se tragaba la isla. Luego veía elevarse dos mitades hacia el cielo, una dirigida por la Mirada se desplazaba hacia Occidente, la otra hacia Oriente. Al fondo unos Monjes Negros se alejaban, caminando, mientras el mar les abría paso. Nadie se giraba para contemplar lo andado, todos iban dominados por el pánico y brutalmente empujados por el viento y una lluvia de lodo. Un estruendo de fondo llenaba la cocina. Los escapados marchaban apoyando sus pies en el barro de la tierra, que se liberaba del mar. Detrás cerraba el agua un pez de unos ojos verdes intensos que susurraba un nombre: ¡la Atlántida!

De repente la imagen del Pez comenzó una letanía:
Yo, Ludovico, Arens, Victor, Aaron, Isaias, Josue, la Mirada que Habla. Te he llamado para una misión, a ti: Martín Alsa o Atarulfo Itenias, probablemente no puedas con ella, probablemente te empuje al vacío y al suicidio, probablemente veas los ojos del rey del terror y solo una persona se interponga entre él y tú. Probablemente sientas que fracasas, probablemente le ames a Ella y no la puedas salvar. Debes evitar que se apague la luz que alguien protege y está en Barcelona. La componen dos identidades. Deberás hacer varias visitas y contar diferentes historias para mantener el interés de quien reside en esa ciudad. Tú serás él único en conocer a Ludovico y a quien allí vive. Pero tu tarea no será unir ambas mitades, esto será posible cuando tengamos la fuerza suficiente para recuperar la Atlántida. La voz se detuvo un instante. Ludovico cogió la taza y se giró hacia mí y me la entregó. Me fue posible, ver el interior de las cuencas de sus ojos, eran de color amarillo esmeralda. Veía a través de ellos el universo. Ellos me contenían y me transmitían la interminable historia que le acompañaba.

Y… sonrió. Poco a poco esta se transformó en una carcajada, cogió la otra taza, la bebió de un sorbo y dijo:

—Te darán dinero, cogerás una casa, te comprarás varios trajes, serás banquero y tu fama superará a tu nombre. La entrevista había concluido. Deje la taza, me levante y siguiendo al sirviente, entramos en una habitación, este cogió una maleta y me la entregó. Me dijo:

—Lleva Ud. aquí mucho dinero. ¡Úselo! Cogiéndome del brazo, me acompaño hacia la puerta de la casa. Al salir estaba confuso. La maleta pesaba, ¡de cojones!; los zapatos me bailaban, me aflojé la corbata; me dirigí a un autobús que me llevase al centro de la ciudad. Al apearme, mire un letrero que decía: «Banco de la Nación». Entré, fui hasta la ventanilla, hice un depósito. El empleado no podía creer lo que estaba pasando, llamó a su jefe, ambos miraron los billetes, después de contarlos febrilmente me extendieron un recibo por el importe de 1.000.000 de pesos. La fecha de la operación, era del 3 de diciembre de 1925.

Aquel día comenzó mi relación con La Mirada que Habla. Descompuesto dejé mi trabajo y me dediqué a crear un banco hasta que llegará el día que me llamarán para cumplir mi servicio. Desde aquella época mi relación con mi brujo pasaría por altibajos, pero aquel encuentro me puso entre la realidad y el mundo esotérico.

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