Agosto —10 Monstruos del inconsciente by Alicia Trujillo

Le observaba comer, de esa forma tan escrupulosamente comedida, con sus dedos largos… movimientos extremadamente suaves; fría delicadeza… veía, veía claramente su enfermo y obsesivo ser atrapado en una implacable rigidez corporal. Y yo pensaba… ¿dónde quedó la persona que conocí?, ¿cómo ha llegado a esto?, ¿quién es él?

Realmente, es increíble como controlamos a tal punto pulsiones tan primarias y vitales como lo es el hambre, y reorganizamos tal voraz impulso en torno a un sofisticado y calculado ritual: uno se sienta erguido, coge un tenedor, de forma serena y lenta para llevarse un pedacito pequeño a la boca al tiempo que uno oye y siente el rugir del estómago, que sólo quiere devorar lo que está en el plato y llenar ese hueco; pero no. Lo ignoramos, fingimos que semejante fiera es ajena a uno y seguimos sumidos en el más sutil y recatado comportamiento, masticando despacio… muy despacio… y aunque la sed nos esté matando, antes nos limpiamos los labios con la servilleta, de forma pausada para poder, ahora sí, beber un poco de agua. Y lo entiendo. Realmente lo entiendo. Para nadie es sorpresa que el hombre para llegar a ser hombre ha tenido que ser castrado (en gran medida) por la cultura: reprimir ciertos instintos, canalizarlos; reenfocarlos… pero ¿cuál es el precio? Porque t-o-d-o tiene un precio.

 Que alguien me explique qué hago yo con esta dimensión mía que sin ser consciente iba a abortar al conocer al hombre con el que elegí casarme. El mismo que acabaría arrastrándome a ese inhabitable, árido terreno en que él estaba sumergido.

Qué hago yo con mi parte más animal, que es en última instancia, lo que soy. Cuánto tiempo más puedo acallar esta fuerza primordial que respira a través de cada inhalación, de cada sonido que sale de mi boca, de cada grito silenciado. Detrás de gigantes emociones que me veo obligada a ordenar, tranquilizar y reordenar en compartimentos, como si fueran documentos alfabéticamente guardados en carpetas, abandonadas en un oscuro y distante lugar de mi mente.

¿Qué esperas que pase?

Puedo fingir y actuar lo más cívica y recatadamente posible, y no sólo es que pueda. Es que lo he hecho y mejor que nadie. Día tras día, durante cada movimiento de las manecillas del reloj, en todos mis quehaceres, en los interminables eventos de la familia de mi marido; eventos sociales, sobretodo religiosos…, también de su trabajo. En el transcurso completo de la transición de la luz grisácea del cielo hasta la ausencia de ésta, de lunes a lunes. Cada vez que estaba ardiendo viva en deseo y él me hacía sentir culpable por mi “conducta no propia de una dama” y reconducía mi ansia a una práctica en sus palabras, limpia, como en verdad se debe hacer el amor.

Seguía pasando el tiempo, y esa voracidad mía aprisionada, continuaba abarcando más, y a medida que continuaba creciendo iba consumiendo de forma considerable la mujer que era, para reducirla a una vaga y borrosa figura.

 Anulación. Anhelos quedaban huérfanos en cada frase jamás pronunciada; en suspiros interrumpidos, y en una mirada que ya no era la mía, porque sólo a través de él conseguía yo verme.

Esperanzas rotas según me iba dando cuenta que la calidez en él que un día creí conocer, iba evaporándose en lo que asemejaba a un recuerdo lejano a la par que irrecuperable.

Quedé sublevada a las manías de una mente extraviada, cuyo trastorno había crecido hasta formas inimaginables, como no ser capaz de disfrutar de dos copas de vino sin remordimiento. Nada más despertarse no podía hacer otra cosa que no fuera irse a la terraza, en su habitual rincón y rezar. Ni por una ocasión especial rompía la rutina, ni esa mañana de nuestro segundo aniversario que quise despertarle de forma sugerente con mi sensual conjunto que fui a comprar sólo para la ocasión.

 Cada pensamiento que el considerara impuro o desviado sentía la necesidad de sacar un diminuto cuaderno y bolígrafo fino que cargaba en su bolsillo, para plasmar inmediatamente su arrepentimiento y sacudirse “el veneno”. ¿Disfrutar? Pervirtió la realidad hasta tal grado en que el más extremo sacrificio quedaba maquillado en la más exquisita forma de bienestar espiritual: ayunos recurrentes; excesivas restricciones alimenticias; censuras instantáneas de cualquier intención carnal o sensorial que sobrepasara la decencia…  ¿sexo? Hacerlo más de tres veces al mes lo consideraba vicio.

También, su retorcido pensamiento ramificó en cuantiosos hábitos cotidianos como era que el cepillo de dientes no podía tocar el tubo de la pasta de dientes al colocarlos juntos; por cada marco fotográfico debía ir acompañado de una figura de la virgen a su derecha. No admitía que el tacón de mis zapatos midiera más de tres centímetros; el color rojo me estaba prohibido, así como pintarme los labios. Fúrico se ponía si la colcha que cubría nuestra cama no estaba perfectamente estirada, y si sus calcetines no estaban estrictamente puestos en orden de talla y de colores, sucesivamente de los más ocursos a los más claros.

  Volviendo a esa comida… Llevaba meses sumida en un difuso estado de ánimo que ahora entiendo, era depresión. Apenas percibía un atisbo de la mujer que alguna vez fui.

 El hambre se me iba en prolongadas exhalaciones; y seguía observándolo a él, y a su madre sentada a su lado, recordándome, una vez más, que no había lugar para mí en esa extraña y retorcida relación de ambos. Y bien sabía que en el fondo mi suegra se regodeaba del hecho de que nunca llegué a alcanzar el distorsionado ideal de su hijo, el ideal que ella representaba.

  En un determinado momento, imperó un glacial silencio que era sólo interrumpido por el ruido de los dos al apoyar su tenedor en el plato, o al dejar el vaso sobre la mesa.

 Yo estaba casi inmóvil, aparentando saborear la sopa del plato, removiéndola sin objetivo. Y con un calor de muy dentro que, a ratos, empezaba a despertarse cual fiera amordazada, con terroríficas ganas de hacerles daño. Pensamientos tan oscuros que no me veo capaz de volver a reproducir, ya que decidí archivarlos, una vez más, en donde  me es ya familiar, aquel oscuro y distante lugar de mi mente.

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