
Siesta Entrerriana
Las siestas en el campo son extremadamente calurosas. A veces ni el viento sopla. Los loros cotorrean durante ese tiempo y los perros jadean insistentemente. A lo lejos veo a Doña María, haciéndome señas para que vaya a refrescarme a su tanque australiano, me acerco hasta la tranquera y le grito: en un rato voy ¡¡. Suelo quedarme sola a éstas horas y los recuerdos de infancia aparecen con la imagen de la Solapa que una vez se cruzó conmigo, nunca olvidaré esos ojos rojos llenos de dolor y muerte. El calor es pegajoso pero sentirme sola es peor. Un ruido se escucha en la galería de atrás de la casa. Me asomo por el ventanal de la habitación es Rulfo golpeando con su cola la puerta del fondo. Se escucha el canto de la paloma son de esas que le dicen de la Virgen. Todo se ve calmo…esa belleza conmueve y se traduce en una paz que no la puedo describir. Mientras me estoy cambiando, la puerta de ingreso se escucha que se entreabre, y no percibos pasos … dicen que es el ángel de la siesta que cuida a los que están en peligro. Al salir de la habitación algo helado cruza por mis pies es una yarará, me quedo inmóvil casi no respiro ..mi corazón va a mil, cuando veo que termina de pasar por mis pies, salgo disparada y cierro la puerta. Corro hasta lo de Doña María y ella nota mi urgencia, al escucharme toma el aire comprimido y se dirige aguerrida, decidida, su cuerpo adquirió una forma escudo humano, la sigo y escucho el estallido. A salir de la casa sólo dijo: “Una mató a mi niño”. Doña Alejandra será mejor que tome algo, su cara es tan blanca como la ropa de la Solapa.