—Hola. ¿Ud. es Mariona? –pregunta Marcos. Había llegado a una casa blanca, con un jardincillo cuidado y lleno de gardenias, después de dar una larga curva, por la ruta 56 que une su ciudad y la playa, para escuchar una respuesta afirmativa de una rubia despeinada, con bata amarilla, casi sin pintarse, de senos pronunciados, un escote abierto y caderas redondas y anchas, la cual se apoyaba en el marco de la puerta mirándole con desdén. Soy el inspector Marcos, —dijo casi esperando que aquella mujer tan atrevida no soñara con ser artista –y luego agrego: ¿puedo hacerle algunas preguntas? ¿Me deja Ud. entrar? La rubia se mantuvo esplendida y coqueta, para decir una mentira rara y eléctrica:
—Esta todo desordenado. Vuelva otro día. Y empujo la puerta para cerrarla, ante lo cual el Inspector puso el pie, obligando que ella retrocediera y le dejara entrar, pero no se dio por vencida y dijo: Llamaré a mi chico, mientras corría en dirección al teléfono. El inspector no le hizo caso y fue directo a la habitación contigua. Allí aun pudo ver a un tipo con una verga grande y pelos en todo el cuerpo que se metía unos calzoncillos, apretados, de color gris, rotos en el lateral, he intentaba escapar. El empujón de Marcos le hizo rodar por los suelos, y luego le puso su pie encima. A su espalda la rubia gritaba como loca a través del teléfono.
— ¿Quién eres? –preguntó. El tipo se quería zafar, su calzoncillo roto cubría una parte de aquella virilidad que sueñan los hombres y muy pocos poseen, pero despacio y leve dijo su nombre: “Jaime”.
— ¿?
—Jaime Brog —insistió. Trabajo en una disco –dijo elevando la voz. En la Meadows. ¿La conoce?
—Allí gustan de contratar a putas como tu amiga —dijo Marcos y preguntó: ¿Y tú qué haces aquí? “Visito a mi novia”. Fuera o no real, la respuesta no dejaba de ser razonable, ante lo que Marcos dijo: ¡No es la primera vez que aparece una furzia con dos amores!, para dejarle de presionar y permitirle se incorporara. Mientras se vestía dijo: a tu chica la he visto con otro. El tipo no se inmuto. ¿Dónde vives? –no paraba de presionarlo. “Aquí cerca. Pelayo 24”.
— ¿Casa o piso?
—Una sexta planta. La rubia había dejado el teléfono para acercarse a Ramos, pero a gritos insistía en su historia:
— ¿Lleva Ud. la autorización del juez? Marcos casi sin mirarle diría: “Mañana le espero en la Comisaria a las 10. Y ¡no necesita el papel de la autorización! Si no viene le mandaré el coche patrulla.
—¡Hijo de puta! –se escuchó en su espalda.
Por la mañana una rubia espesa y de tinte entro en la Comisaria. No eran aún las 10 de la mañana, al llegar al mostrador preguntaría: “¿Esta Ramos?”. El ayudante le hizo pasar a una sala de interrogatorio. Al caminar su cuerpo ondulaba desde la pelvis como centro subiendo por la espalda hasta dejar que mandara su mirada, intuitiva, a veces serena. Los polis le seguían con deleite, les recordaba sus sueños de cada noche, pero esta vez rozaba sus mesas.
Marcos no se hizo esperar, entró al despacho por otra puerta, el humo invadía el espacio donde trabajaba. La rubia ni siquiera le miró. Cogió una silla y se puso a su lado. La pendiente descendía a partir de su mentón y bregaba dentro de una blusa violeta. Las caderas se empeñaban en escapar de la silla, este majestuoso relleno dejaba ver una imperceptible marca en la parte baja de una rodilla.
— ¿Y esa señal? —fue la pregunta de Marcos.
— ¿Cuál? La rubia describía con acierto una forma de insinuar que dejaba a los hombres en la tarea de adivinar si era coquetería o sensualidad áspera.
—En la pierna. La rubia separo los muslos dejando ver una suave pendiente que inundaba de luz el interior, luego giró la rodilla derecha hasta que la muesca apareciera más clara y precisa. Marcos pasó su dedo por encima del tatuaje., ningún borde ni desigualdad, solo una piel tersa y suave que aguantaba una diminuta flor de lis. Provocativa o no, su vello rubio se erizó.
—Me lo hice hace un mes en honor Pachi –dijo ella.
—¿Quién es Pachi? –pregunto Marcos conteniendo un jadeo de ansiedad y filtrando su deseo. Para un viejo sabueso que carecía de medios para alquilar aquella cintura, a veces le venía bien ver mujeres de este estilo, que aparecían de tanto en tanto en la comisaria y en la que todos anhelaban una sonrisa o inclusive una frase vulgar que les colmase.
—Pachi, es quien vivía con la desaparecida, a la que Ud. busca.
— ¿Dónde le hicieron la flor de lis? –pregunto el Inspector, tal vez deseaba otro movimiento.
—En la perfumería Fer. La que está en el centro. Allí trabaja un tipo que graba que es una maravilla. Mire ve aquí y abrió sus piernas lentamente. Es el único que no deja marca. ¿Ha ido alguna vez?
—No. A Ramos visiblemente molesto, le repateaba que uno le pasaran por el cuerpo una aguja hasta dejarle tiritando.
—¿Le muestro alguna marca más? Tengo varias dijo ella.
—¿Tiene alguna rara? La mirada esquiva y alegre del poli se había cargado de indecisión, pero se dejaba llevar, aunque no hubo tiempo, ella dijo: “Mire”. La rubia levanto su falda un poco más y unas curvas rosas se empeñaron en dejarle ver otra marca muy pequeña. Ramos se agacho casi delante para encajar su cabeza entre sus piernas, el olor a colonia de bebé le atraía.
— ¡Jefe! A su espalda un grito de su ayudante quien se asomaba por encima le devolvió a la realidad.
— ¡Que quieres! Al retirarse y ponerse de pie, la rubia cerró sus piernas y la falda como un telón de teatro, parecía poner fin a noches de mediocridad masculina y sueños en el límite. ¡Te he dicho que avises antes de entrar!, Ramos intentó mortificar a su astuto ayudante.
—Es su mujer al teléfono.
—Dile que luego le llamare. Repuesto de aquello, Ramos pregunta: ¿Ud. conocía a Violeta Azulay?
—De vista, le había visto muchas veces en el telediario. ¿Y su marido? –dijo el Inspector.
—A Pachi me lo presentaron hace dos meses. En una sala de fiestas. Me enamore de él enseguida. Bueno, a decir verdad soy muy enamoradiza. Los ojos de la rubia quemaron los párpados de su interlocutor. A mí me gustan –prosiguió- los hombres fuertes, que hieren… salvajes, para hacer una pausa recorriéndole con la mirada para decir: ¡Ud. es guapo! El uniforme le queda muy bien. ¿Le puedo hacer una pregunta? Al sentirse halagado, el inspector movería la cabeza afirmativamente. ¿Está enamorado?
—Quien pregunta ahora, soy yo, El Inspector quería salir de aquel calabozo al que la ansiedad le arrastraba. Ella prosiguió:
—Sabe, para el amor soy poliglota. ¿Se dice así?
—No, ninfómana.
— ¡Uy que horrible! Pues eso. ¿Y Ud. no sería capaz de… pasar un ratito escuchando música en mi casa? Es que además soy megalómana –agrego ella- viendo en el Inspector un punto de cansancio.
— ¿Le gusta oír música? –tercio él.
—Sí. Siempre la acompaño con un güisqui. Ramos respondió: “el miércoles estoy libre” —arrepintiéndose de lo que había dicho al instante.
—Nos veremos. ¿Me puedo marchar?
—Sí –respondió el Inspector.
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