“Echaré de menos tus historias, Robert”. “Ahora tienes las tuyas”
The Equalizer
Donde se sienta Equalizer en la película es uno de esos bares que si tuviera dinero lo instalaría solo para sentarme allí y ver pasar a la gente. Los grandes ventanales que dan a una esquina son propiedad de una ciudad con encanto: Buenos aires. Allí uno desea levantarse a las 9 de la mañana y entrar en estos bares en las esquinas y pedir al Mozo (camarero), vestido de negro y delantal blanco le sirva un delicioso café con leche con tres croisants de los delgados. La vida de estos espacios murmura alrededor, los porteños y las porteñas hablan del tiempo, cuchichean de los maridos, o trabajan vía online, o usando el móvil. La ciudad está dentro de esta caja instalada en una esquina. En estos días estoy buscando en Vilanova i La Geltrú un bar así, pero hasta ahora no ha sido posible.
La frase que abre el artículo nos recuerda los momentos que el protagonista visita el bar y siempre lee un libro que comparte poco a poco con una joven prostituta. Las historias de ficción dentro de la ficción son deliciosas. Casi al final de la película, aparece otro libro que hemos deleitado: El hombre Invisible. Dice la wickie al respecto: “El hombre invisible (en inglés, The Invisible Man) es una novela de ciencia ficción del escritor británico H. G. Wells. La obra fue originalmente publicada en entregas en la revista Pearson’s Magazine en 1897 y como novela el mismo año. El hombre invisible del título es Griffin, un científico que teoriza que si se cambia el índice refractivo de una persona para coincidir exactamente con el del aire y su cuerpo no absorbe ni refleja la luz, entonces no será visible”.
Otra historia fantástica, poder hacerse invisible.
Contar historias es un don que algunos hemos recibido y ofrecemos a los demás. En los bares los escritores/as concitamos historias. Allí crecen, allí se molduran, allí nos repetimos una y otra vez que la vida es fascinante.
A veces, me reúno con otro escritor Lucas Corso, hablamos de historias desaparecidas, damos explicaciones vanas ante el paso del tiempo. Una vez, fui a Badolatosa, eran las dos de la madrugada y la gente disfrutaba del verano muy cerca del rio. Decidí llamar a este escritor pues sabía que su familia es de ese pueblo.
—¿A que no sabes dónde estoy?
—En Badolatosa —respondió Lucas Corso. La risa de ambos cubrió la madrugada.
La ficción es parte de nuestros días, con ella despertamos o nos vamos a la cama. Y contar historias es una profesión que está mal pagada, pero ayuda a muchos Sapiens a cuidar de su equilibrio mental.
Los contadores de historias siempre buscamos un bar, allí bulle el siguiente capítulo.
Buen lunes.
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