Donde todo es posible, by Alejandro Cano Rubio

alejcano

Hoy presentamos esta colaboración entre dos escritores: Alejandro Cano y J. re crivello. “Donde todo es posible” es publicada en mi blog y “Churchgate Railway Station” en el blog de Alejandro Cano, ambas referidas a las estaciones de tren y que surgió en un tradicional intercambio en la red de redes, Facebook:

«Las estaciones de trenes tienen su encanto, sus dramas e inspiración. Siempre me gustó seguirles el pulso, entre otras: la Estación Termini de Roma que era, en su momento, refugio de chaperos y gente amante del sexo; la de Bulgaria —bajo el comunismo— con dos lamparillas y comercio de contrabando. Y tantas otras… ¿Te atreves a que escribamos alguna cosilla sobre estaciones de trenes? Gallos, muchos gallos, se esconden allí y hasta — gallas—.” Un abrazo, j re

«Me has abierto el apetito, Juan. Por supuesto que me atrevo a que escribamos —alguna cosilla o cuanto te venga en gana— sobre las estaciones de trenes, donde todo es posible, desde gallos y gallas hasta lo que quieras. Las estaciones de trenes tienen aún *su encanto, sus dramas, su inspiración* [sic], aunque lo tenían más antes porque las espectaculares terminales aéreas de hoy les están quitando el protagonismo». Alejandro Cano Rubio

By Alejandro Cano Rubio
Son muchísimos los escritores que dejaron páginas brillantes en las que incluyeron narraciones de todo tipo del mundo de las estaciones de tren, muchas de ellas con vida propia entonces y que en la actualidad solo algunas la conservan. Estaciones literarias, algunas soñadas, imaginadas, pero en la mayor parte de ellas bulle aún la vida con historias fascinantes, compiladas y recogidas en libros y películas. Las estaciones de tren han sido, desde tiempo ha, lugares novelados y novelescos. Un escenario donde todo es posible y que hoy se agiganta con aventuras nuevas, atrayentes, al que se llevan los rodajes de tantísimas películas y series de televisión, un territorio en el que ponen los platós —cerca de andenes y raíles— y en el que ubican, al alcance del gran público, la aventura, la pasión, la melancolía, la muerte, la huida, el regreso, la bienvenida y la despedida.
Estoy convencido que se podrían mencionar tantas estaciones de tren como lugares se hayan visitado o citar otros nombres leídos en textos de tantas otras novelas, o vistos en películas: estación de Oriente, en Lisboa; estación central de Berlín; estación de São Bento, en Oporto; la estación de Chhatrapati Shivaji, en Bombay; la de King’s Cross, en Londres; la de Praga, Leningrado, Venecia, Buenos Aires, etcétera.
Más allá del espejismo y el olvido
Sé de muchas otras estaciones —no visitadas pero existentes— descubiertas en las páginas de muchas de mis lecturas. Son centenares las estaciones de trenes que aparecen con frecuencia en los libros de muchos escritores. Porque cada uno se construye su propio tren y la estación a la que quiere llegar. Hay centenares de ellas descritas magistralmente a las que, en un momento u otro, han tenido que llegar o salir algunos de sus personajes. El anecdotario es extenso y conocido pero no es el momento de desgranarlo.
Estaciones con nombres y recuerdos
Las estaciones de trenes las va descubriendo uno en función de las veces que tiene que viajar y desplazarse. ¿Se sabe de verdad a dónde nos lleva la memoria, a qué estaciones vuelves? Sin duda la estación de tren que más te impresionó está en los primeros años. Seguro que se magnificó. Vimos más vida en ella que la que con toda seguridad tenía. Todos atesoramos una agenda en la que se guardan los nombres de esas estaciones y qué fue lo que nos impactó de ellas. La antigua estación de Cáceres es la estación de mi infancia. Sus recuerdos son máquinas de vapor, raíles que se perdían en el horizonte y un fuerte olor a carbonilla. También está grabado en mi memoria el sonido ambiente reinante, la megafonía anunciando trenes, lugares de destino y vías. En la infancia se oían aún más fuertes los sonidos, el ronco e inconfundible ruido del motor de la locomotora al llegar o salir de la estación, el traqueteo de las antiguas traviesas de madera sin soldar. Aún memorizo los personajes del jefe de estación, con su gorra roja, el factor, el guardagujas. Iba allí a verlos y a disfrutar con los trenes de pasajeros y los de mercancías y, también, a coger de los muchos árboles morales existentes hojas de morera para mis gusanos de seda.
Las estaciones madrileñas de Atocha y del Norte, cuando solo tenía 12 años, fueron las primeras grandes estaciones que me hicieron soñar y que idealizaron mis primeros espejismos de viajes. Estaciones fascinantes que bien valen una visita larga y, si es posible, reposada. El siguiente hallazgo fue la estación de Francia, en los años 50, a mi llegada a la ciudad condal. De ella, de su olor en general y el de los urinarios en particular, de su ambiente y del fuerte control exhaustivo de pasajeros, de su mala iluminación, de las estampas de los emigrantes desorientados que llegaban en busca de trabajo, he dejado constancia escrita en mi novela De un archivo secreto.
A los 20 años, la primera vez que fui a París, de las 7 estaciones de tren de la ciudad —todas situadas en el centro de la urbe— la París-Austerlitz, considerada por muchos como una de las más bellas y encantadoras estaciones parisinas, me sorprendió por el tono bullicioso y cosmopolita, por el tráfico de pasajeros de entonces, hoy día mermado a la mitad en detrimento de otras estaciones. De allí, pasado el Canal de la Mancha, descubrí la estación de Waterloo para ir a Bournemouth, donde pasé seis meses en una escuela inglesa. La estación de Waterloo, en pleno centro de la ciudad de Londres, junto al Big Ben, es la mayor estación de trenes del Reino Unido. Recuerdo que el maletero que me llevó a la consigna de equipajes, después de haberme escuchado despotricar, me reprendió —en un perfecto castellano sin acento alguno— por qué lo hacía sin conocer bien qué criticaba. Me dijo que aprendió su castellano —muy joven— en los frentes de nuestra contienda civil del 36.

La estación del norte de Valencia me fascinó siendo ya librero y empresario. Iba cada año a una de sus ferias. Su estación principal es un bonito edificio modernista, de fachadas simétricas, sito en el centro de la ciudad, al lado de la Plaza de toros. Un año —no quiero ni recordarlo—, fui a parar por un error de mi agencia de viajes a una pensión sin nombre, en una calle adyacente. Me despertaron a media noche porque creían que seguía hospedado allí el autor del crimen de las niñas de Alcàsser.

Mi estación preferida
Quiero resaltar mi mejor impresión de cuantas estaciones de tren haya visto en mi vida. De mis días en Nueva York, opté uno de ellos por dedicarlo a la estación donde cada día, cada hora y, hay que decirlo, cada minuto pasan cosas. Donde cualquier pasajero es cliente habitual y no lo es, donde todos tienen prisa, mucha prisa, pero no lo parecen, o nostalgia, mucha nostalgia. Quizás sea la estación donde al contrario de todas las demás mi tiempo —el tiempo—, la memoria y mis recuerdos confluyan y se relajen. Ilustro con una foto propia la imagen de la estación y yo en ella entre los viajeros visibles. Prisas, besos de enamorados que se separan, gentes en espera de otros, listillos y descuideros, oteadores cuidadosos de las maletas ajenas, perros policía que vigilan los andenes… El bullicio y el peligro se dan la mano en las estaciones y abren el compás de la vida y las horas de los que salen, de los que vuelven, de los que se dan cita o de los que por ocio y distracción pasan los momentos más interesantes sin que tengan la obligación de hacer otra cosa que vivir la estación y su pulso —viajeros de cada día que nunca toman el tren— pero quieren sentir cómo palpitan los demás, cómo se va allí para tomarse una copa de cerveza o para hacer compras. La Grand Central Station de Nueva York, entre la calle 42 y Park Avenue, fue mi mejor epílogo a mi último viaje neoyorquino.

Notas:
Alejandro Cano Rubio, escritor
Ama la vida, la poesía y la metafísica. Cultiva el pensamiento conceptual. Filósofo y ensayista.
Ha publicado:
El ultimo eremita
De un archivo secreto
Blog: Corrigenda

Puedes consultar la otra entrada en Corrigenda http://corrigenda.es/churchgate-railway-station/

4 Comentarios Agrega el tuyo

  1. olganm dice:

    Sí, las estaciones tienen un encanto especial. En Londres han remodelado St Pancras y ha quedado preciosa. Por desgracias con los cierres de alguna líneas muchas han caído en desuso, pero hay algunos sitios con imaginación. Por ejemplo Barter Books http://www.barterbooks.co.uk/ que se ha transformado en un librería de libros de segunda mano. Gracias Juan

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    1. Hola Olga Interesante el link… Si tienes algún escrito de estaciones o te atreves… el viernes cierro el tema y aún hay tiempo un abrazo j re

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  2. No me extraña que Olga se deshaga en elogios al referirse a la estación de St. Pancras —una fuera de serie arquitectónica y ferroviaria— muy próxima a King Cross, ni me sorprende que tanto la fachada espléndidamente gótica como el resultado de la remodelación de la estación —a la que alude Olga— den la imagen de un espacio singular donde habitan unos trenes de última generación con aspecto de máquinas siderales de acero.

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