Tio Wolf es una novela no publicada que relata las aventuras de un banquero argentino que se mueve entre la jerarquía nazi y la peronista en los años de la II Guerra Mundial. Esta semana publico algunos capítulos (4 o 5…) revisados. —j re crivello
El año de 1952 fue crucial para Martín Alsa. Desde su llegada en 1925 a Buenos Aires y luego los intensos años de 1943 a 1945 en su calendario sentimental, la larga enfermedad de una mujer con quien había mantenido una relación en secreto supuso un cierto relajamiento de su fuerza mental. Ya nada le interesaba, ni siquiera la gestión de su fabulosa fortuna. Por ello, esa mañana había quedado con una mujer en una pequeña ciudad del interior de la llanura pampeana. En un bar. Antiguo, sin más que seis mesas y un dueño alto, socarrón de una particular sonrisa irónica que escondía debajo de un bigotito fino. ¿Y quién era aquella mujer? Una enfermera. Rosa sería el nombre secreto que ocultaba. Un nombre estructurado alrededor de la naturaleza, ni fea ni alta, tal vez flaca y de senos grandes, en la descripción del dueño del bar. Quien a su vez agrego: por ser una flaca los labios los movía sin miedo a una sesión. Martín Alsa no entendió bien que quería decir con aquello “de sesión”. Pero al sentarse su visitante, pidió dos Fernet con cola (1). Una bebida amarga y antigua que caída en desuso solo se encontraba en bares de provincia, de calles de tierra y que venden pan, condones y hasta carne cortada a trozos para una buena parrillada y donde las neveras funcionan aún con keroseno.
Rosa una vez lista comenzó su relato, tal vez situado en un momento crucial, el día que ella asistió al discurso -de la amada de Martín-, para despedirse de su pueblo y que para él, rodeado de un notable un interés, carecía de valor para despegarse de ese amor raro. Ella, le correspondía alguna vez y en otras le utilizaba. Rosa fue imponiendo su voz en un relato pausado que hablaba de la mujer más famosa de Argentina en el periodo 1945/52:
—Ese día la despertamos de la siesta. Bebió un poco de café, no quería comer, le comenzaron a vestir, lentamente. Su enfermera le subió la falda, luego le anudó la blusa y le puso una chaqueta gris clara. Se sentó en la cama, parecía a punto de desmallarse. Las medias de seda, luego sus zapatos, las joyas. Le peinaron hacia atrás, fuerte el rodete, liso el cabello sobre su nuca, -como a ella le gustaba-, poca pintura en los ojos, algo de colorete para disimular su palidez. Respiraba pausada, pidió un cigarrillo. Tal vez pensaría, ¡hoy haré un gran discurso! Era el día que iba a renunciar a su candidatura a la vicepresidencia. Las presiones militares y el populismo superficial y carismático del General, habían creado una gran oposición en los militares. Ella era su objetivo. Hoy sería su gran día y por ello le permitían echar un cigarrillo. También le habían inyectado más morfina. Sus dolores ya no le abandonaban, la droga le mantenía en un ánimo inestable, a momentos murmuraba, en otros se extasiaba dejándose llevar por sus pensamientos.
Martin Alsa mientras la enfermera hablaba, pudo recordar como si fuera ayer cuando ella había solicitado verle. Al carismático y último amigo. Con Martín conversó largamente. De él rechazó sus lamentos, era orgullosa y fuerte, le despidió molesta, no toleraba los cobardes. De Martín Alsa aceptó, la confirmación de su deterioro físico. Alguno se preguntaría: ¿cuántos amantes? ¿Cuántos? Nadie lo sabía, era un secreto de Estado, solo ella y tal vez su esposo. O… ¿era más una fama que le perseguía envuelta en su ambición para ascender en la escala social? O… ¿era el precio del reconocimiento?
Le tome la presión —continuó la enfermera, me miró, se animó a decir: ayer me descompuse. El pretendía ver –dijo refiriéndose a la visita de Alsa, aquellos recuerdos, aquellas noches del pasado verano. Y pensé: tú, Martín, tú, me confirmas lo que yo presiento. Ahora que entraré en la historia, y tal vez muestre mis debilidades. Me cuesta alzarme, la tos me altera, me pone histérica, esta tarde siento en mi cuerpo los últimos días. ¡Está enfermera estúpida me observa! Ella sabe que mis pulmones van a estallar. Está tarde tengo menos nauseas, ¡si hasta tengo fuerzas para hacer un buen discurso! ¡Estos militares…! Regresa el asco, hoy tendré que hacer un gran esfuerzo, es el último para mi pueblo, el último para mí General. ¡Los oligarcas van a sentir mi látigo! La impotencia me abruma. Soy joven, estoy en mi mejor momento. ¿Quién ha querido castigarme? Este cáncer se ha pegado a mis pulmones, no espera ni un segundo, desea matarme. ¿Será un castigo divino? No…, esas relaciones me daban fuerza en los momentos difíciles. Eran cobardes, solo aspiraban a poseerme, pero, yo les hacía hincarse, unirse debajo, nunca subirse, nunca tocarme. Mi General era distinto, él se acercaba y me susurraba. Era brioso y dulce. Solo debía esperar y su boca rozaba mis senos, solo él era capaz de hacerme perder, de unir su cuerpo y el mío y… ya jadeante, gritar. Era tan… tan guapo. Sus labios me mordían y aunque pesado, me encantaba aguantarle.
Aún recuerdo los primeros días en el Ministerio de Trabajo, cuando nos encerrábamos los dos solos. Este cigarrillo… ¡me va matar! La tos regresa, me envenena. ¡Esta estúpida, quiere inyectarme! No tengo fuerzas para resistirme, la droga me tranquiliza. Debo levantarme e ir hacia la ventana, necesito, deseo ver el día.
Oigo pasos. ¿Quién se acerca? Es el General, veo que se dirije a mí y me pregunta:
—¿Estás bien?
—Me duele el cuerpo, pero, hoy deseo hablar…
El General le ayuda a ponerse de pie. Avanzamos por la salida hacia el comedor. La sujetan para bajar las escaleras, un coche negro le espera.
Le suben en el asiento trasero, a su lado se sienta la enfermera, delante el chofer y el General. Ella va en silencio, respira jadeante, pide otro cigarrillo, se lo acercan a su boca, aspira, el humo surge desde su nariz, aguanta, crece la tos. Al detenerse el coche, la retiran del asiento y entre dos la suben al primer piso. Se desmaya, le vuelven a dar oxígeno. Tal vez, por una cuestión de estado ella debe hablar, debe renunciar a su candidatura. Una larga lista carga sobre sus hombros mientras su intimidad es transferida al Estado. Los militares no permitirán otro desplante. Pasados unos minutos se recupera, la acercan hasta la sala que da al mitin. Con cuidado, la colocan al lado del General en el filo del canto de la balconada. La plaza está llena, una muchedumbre áspera, fuera de sí, todos, gritan su nombre.
El General se pone detrás, mientras se reanima, temblando, a medida que habla, surge su nervio. Es la única capaz de hacer callar al país, la única capaz de imponer el silencio a los uniformes. Una advenediza, aquella actriz de segundo orden, se inflama, se vuelve exultante. Les emociona hasta las lágrimas. A la prole, a los obreros. Sola, es capaz de despertar el odio de clase de los burgueses, el resentimiento de los oligarcas. No pueden tolerar su lengua, mordaz, de un país de descamisados, de insolentes. No pueden aceptar a este monarca popular, a esta ramera, que les recuerda desde su lecho de muerte las obligaciones que ellos no están dispuestos a cumplir ¡Los derechos! ¡Los derechos! ¡Qué insolencia! Ella pretende ¡ser vicepresidenta! Exclamaban a su paso, por detrás, en sus periódicos, en la propia ducha cuando están solos, para desmerecerle.
Mi General, ¡sosteneme! Siento murmullos, ¡hay demasiados militares esta tarde! Presiento que las presiones dirigidas a mi marido son más fuertes de lo que intuía. Voy acercándome al micrófono ya oigo a mi gente, la plaza está llena. Me late el corazón; está a punto de salirse, ahora me escucharán…
¡Compañeros!. ¡Estoy aquí! He pensado mucho en todos, en mi General, en nuestro querido país. No existe la revolución peronista sin Perón. ¡Ustedes deben defenderlo! Yo, quiero presentarme a la vicepresidencia, pero… mis fuerzas no me acompañan, ¡es necesario que otro ocupe mi sitio! Vuelvo a sentir que regresan mis sudores.
¡Compañeros !…
Miro el reloj y casi se acerca a la hora de estar hablando. Se despide, se vuelve hacia él. Este la retiene y la abraza. Siente que ha lo ha dado todo de sí, sonríe y levanta sus brazos, los acerca a su boca, baja las cejas, sus pupilas se mueven con rapidez, retira las manos de sus labios, abre los brazos nuevamente y en un gesto los lanza al público. La plaza se derrumba, la histeria es una energía que une a cada uno de los presentes. Le veo recostarse en el General. Los militares al verla aparecen lívidos, no pueden creer que aquella mujer esté a punto de morir. El pueblo le obliga a despedirse nuevamente. Los ojos del presidente miran a la enfermera. Acercan una camilla. Ella se retrae, quiere esquivar el camastro y retirarse por su propio pie. La sostienen entre varios, la dejan caer recostada, el balcón queda vacío. Ella se inclina, gira su cabeza y vomita. Aquello solo es líquido, solo espasmo. En su interior, no hay más que sangre ocupando sus pulmones. Se la llevan, él viejo caudillo se vuelve sobre sí mismo. La ambición le ha devorado, sus pupilas están enfermas de orgullo. Él sabe que solo queda prepararse para resistir. Él sabe que el recorrido de su gobierno será efímero, apurara estos años antes del exilio. Al salir, el General busca entre sus bolsillos, sus dedos acarician un fino hilo de oro. Una mueca de sonrisa se eleva con un ligero quiebro de su mentón, acaba de recordar que aún es capaz de anudar aquel hilo, en sus ratos libres, al pecho frívolo de sus jovencitas.
Rosa se detuvo en su relato. Martín estuvo en silencio mirándole. El dueño del bar movía su bigotito en la barra. Ya era tarde, ¿podía haber algún otro recuerdo que le interesará? Antes de despedirse, pudo oír algo más:
—La madrugada del 25 al 26, antes de fallecer al día siguiente, hubo un momento que salió de su sopor y la acompañe al lavabo. Se lavó las manos y mirándose al espejo dijo:
—Me queda poco —dijo. Le respondí: “si señora falta poquito para ir a la cama”. Ella me contesto:
—No, Rosa, a mí, me falta poco. (2)
Notas:
(1) El fernet es una bebida alcohólica amarga del tipo amaro elaborada a partir de varios tipos de hierbas (mirra, ruibarbo, manzanilla, cardamomo y azafrán, entre otras), que son maceradas en alcohol de uva, filtradas y añejadas en toneles de roble durante un período que puede ser de 6 a 12 meses. Posee un color oscuro, un aroma intenso y su graduación alcohólica está comprendida entre 39 y 45 grados dependiendo de la marca. En un principio, el término «fernet» se integraba con la marca de origen italiano Branca, pasando luego al uso común para designar genéricamente al producto.
Originalmente era sólo una bebida digestiva pero actualmente suele servirse como aperitivo antes o como digestivo después de una comida, también puede servirse con el café y el café expreso. Si bien puede consumirse puro, dado su sabor y contenido alcohólico normalmente se bebe combinado con soda, agua mineral o mezclado en cócteles, en especial con bebida cola. Debido a su lista de ingredientes pueden prepararse una serie de remedios caseros con fernet para el tratamiento de dolencias que incluyen molestias menstruales y gastrointestinales, resaca, cólicos del bebé, y (anteriormente) el cólera. Fuente Wickipedia
(2) Declaraciones de la enfermera de Evita Perón.