¡Ché, pasala! by j re crivello

Mañana fría y destemplada en este lado del mundo. Vilanova i La Geltrú, cerca de Barcelona. Esta mañana me recuerda, mientras camino a las 7:15, las calles de Buenos Aires. Aquellas donde la lluvia lenta y corrosiva se te pega a los zapatos. Pero esa península está de fiesta, los chicos de Messi nos llevan en dirección a la final. Es verano allí y hasta se han inventado una abuela que sale de su casa cuando el bocinazo de la hinchada clama la sed de triunfo. Los franceses se enfrentan el domingo una legión de jugadores nacidos en el potrero.

“Aquel espacio soñado donde todos tocamos el balón sin miedo, con fiereza, y el barro se agarra a nuestras botas”

Esta estirpe de jugadores de potrero tendrá enfrente a la refinada Francia. La selección de la diversidad. Los mundos imaginarios y la identidad escalan por nuestras mentes. Nada impide ya que el sueño se malcríe en la final.

Cuando uno recuerda el terrero baldío, abandonado, donde jugaba a romperse los pies, donde cada capitán elegía de un grupo uno si, uno no, y hasta los malos como yo jugábamos. Era esperar que se acercara el balón, o correr detrás de él como si se acabara el mundo.

La final es la final del potrero, del barro, del balón de cuero que te regalan cuando niño y te enseñan a pasarle grasa que te vende el carnicero de la esquina. Aquel mundo de barrio, de ciudad construida en el aluvión solo escucha una frase una y otra vez:

¡Ché, pasala!